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. - "Novela" Historia Falsa (1)






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Inscripción propiedad intelectual
Nº 125028              (22 Marzo 2002)
Historia Falsa (sus Raíces)
Primera edición
Primera parte
Publicado por Lulu.com
Portada, diagramación       :        Francisco Santis
Revisión                          :       Corina Toledo .
Asesoría Literaria              :        Tatiana García
Prólogo                           :        Tatiana García
 
Agradecimientos
 
Sean mis especiales agradecimientos
            por su magistral cooperación
                                          y apoyo
                                                                  a
Tatiana     García - Dinezzo Braccia 
 
Francisco Santis
 
 

Prólogo

 “Uno escribe a partir de una necesidad de comunicación y de comunión con los demás, para denunciar lo que duele y compartir lo que nos da alegría “...

Al enfrentar la lectura de la novela Historia Falsa, comprobamos que el autor asimiló claramente la postura de Galiano. La necesidad de escribir contra la soledad y las soledades de los otros en cada uno de los acontecimientos que surgen de las realidades y los sueños. Héroes, heroínas y gente común, personajes éstos que nos llevan a conocer un poco de la toma de conciencia individual y escasamente colectiva frente a los distintos hechos, falsos o no en sus contenidos, surgiendo compañeros fantasiosos y otros tan reales que demandan locuras en sus acometidos.

Siendo esta Historia Falsa la primera donde se conjugan en un puzzle dinámico, vivencias que nos transportan con sus imágenes por diversos lugares y tiempos históricos, donde el protagonista se compromete con las consecuencias sociales y emocionales de épocas complejas. La conciencia, marchita a veces, toma conciencia de sí misma en los relatos, asumiendo el rol de recordatorio de acontecimientos que nos permiten saber que la verdad dolorosa no es ajena a hombres o mujeres, que viven, porque es válido hacerlo.

La trasgresión entre sueño y realidad no es la limitante para llegar hasta la profundidad del pensar y del sentir del ser humano y realizar una suerte de catarsis que limpia y renueva, dejando atrás el pasado, permitiendo vivir el presente sin la carga del ayer.

 

Historia Falsa, involucra transparentemente la privacidad de su principal personaje, forcejeando locuazmente con cada página de su azarosa vida expelida a llantos, azotes, remordimientos y obediencias nefastas.

 

Historia Falsa, está compuesta por trozos de experiencias de muchos hacinados a este planeta, resumidos en Dinezzo Braccia.

Tatiana García

 

 

 

 

 ... Si tan sólo se supiera cuál será el desenlace en las distintas experiencias que van aconteciendo en esta vida, inverosímil sería la siguiente historia.

Se mencionan cambios a los que está sujeto un hombre, ceñido a su destino, caído cien veces, erguido ciento una.

 
Un hermoso y caudaloso río, le ve pasear por sus pedregosas riberas, desiertas a esa hora de la noche. Bordeaba la una de la madrugada, Dinezzo, taciturno, como cargando una gran cesta de pesadas piedras. Paso cansino atraviesa a la otra orilla, en el lugar denominado “Puente Granaderos”, queda muy cerca de la que hasta ese momento era su actual casa.
Al lado del puente, por el cual transita Dinezzo, está en construcción otro muy moderno. Es interesante ver como poco a poco se va levantando y tomando forma, tan bella obra arquitectónica. Poderosas piernas sostienen la huella encementada que irrumpe desde el cerro al vientre del pueblo, tecnología puesta a prueba.
 

¿Qué sucede Dinezzo Braccia a orillas de un escabroso río junto a tu fiel perro, aliado a tu fúnebre noche...

Mulchén, traducido de lengua nativa, al castellano, significa “entre ríos”, es rodeado, como fortaleza feudal, por dos de éstos, haciendo que este paraje sea una isla llena de sutiles encantos. Cascadas y verdes bosques hilvanados a embelesos humanos, masajeados éstos, por una que otra hiena en una esquina o tras una ventana murmurando un inquisidor comentario. Uno de los dos ríos es el Bureo, por sus orillas pasea Dinezzo Braccia, el otro río es el Mulchén. Este atractivo pueblo se ubica a 35 Kms. al sur de la ciudad de Santa María de los Ángeles en la Octava Región, al sur del mundo, cuna actual de este extraño personaje, que se ve enfrentado al abandono de su familia. Esposa e hijos le han dejado solo, un quiebre tortura su atormentado corazón. Corría el año 2001, mes de Febrero.
Los Mulcheninos, en invierno, armados de garfios muy bien confeccionados, potentes y unidos a resistentes cuerdas de gran alcance, se asemejan a los garfios utilizados por las tropas de asalto del ejército, tienen una bastante particular forma de ganarse “el pan nuestro de cada día” y de conseguir combustible, para las necesidades básicas caseras.
Lanzando a las torrentosas aguas, en este caso Bureanas, blandiendo sobre sus cabezas los garfios, como lazos lazando animales y a la vez usando una depurada técnica de avezado pescador de truchas, que por cierto en estas aguas abundan, enganchan maderos, troncos, ramas, que la corriente arrastra de tierras altas lejanas. Peligroso oficio éste, en más de una oportunidad ha cobrado vidas, demasiado queridas para Dinezzo.
Niños, ancianos, jóvenes, hombres y mujeres, obtienen el sustento “pescando leña”.
Los pescadores Bureanos, personajes típicos que adornan el paisaje invernal en estas apartadas comarcas, conforman una mezcla romántica, atroz y salvaje, repleta de llantos y desasosiegos. Dinezzo ha conversado, sentido y por momentos agonizado con ellos.
Estoques y sueños, armas de diferentes formas y de fuego, Bureanos mortales como su sellada soledad pobre. Diestros en el manejo de estos artificios bélicos, mucho más que con un lápiz o un libro.
Tienen una característica distintiva todos aquellos que su hábitat gira en derredor del río.
Se aprende a orillas de un río, se aprende... a nadar bajo el puente, a ver cuanta agua pasa bajo el puente.
 
Veintisiete de Mayo del año 1951, nace en Santiago de Chile, Dinezzo Braccia , en una oscura casa de una barriada ubicada en el paradero 24 de la Gran Avenida José Miguel Carrera, en la comuna de La Cisterna, calle Jorge Cáceres, número 1055, cerca de la plaza Ovalle.
Manos seguras y fuertes lo tienen vigorosamente agarrado por la cabeza, las siente, le duele, grita. La partera, la abuela Guille, mujer pampina norte, hija de tierras calicheras, que llega a Santiago, en su oportunidad, a bordo de los escasos carros de tren puestos a disposición por el gobierno de la época, para evacuar las otrora prósperas salitreras. Sufrida mujer, es la que con lavatorio, agua caliente y toallas albas, extrae del vientre de Hirma, la madre de este Dinezzo Braccia de cinco kilos trescientos cincuenta gramos de peso, según la pesa de don Manuel, un boliche dado al mercado de abarrotes y otros artículos. Dicho emporio se ubicaba inmediatamente al lado de la casa, que estacionada en el tiempo veía florecer al menudo crío, que con su llanto inundó tempranamente ese día de domingo, siete de la mañana, los vecinos testigos auditivos del advenimiento.
Segundo hijo, el primero muerto, esto deja a Dinezzo a la cabeza de cinco hermanos, como primogénito de la familia.
El hercúleo peso no basta para detener las enfermedades a las que están expuestos los frágiles infantes. La inexperiencia de la solitaria madre de escasos dieciséis años y también del padre de veintiún años, hijo de inmigrantes Sicilianos, hacía dura la tarea. La pobreza jugaba su propio rol, severo, extremadamente unilateral, difícil sobrevivir.
La suma de estos factores da por resultado que este lactante sufra varias enfermedades en su inicial etapa de vida, éstas son repelidas y enfrentadas bravamente por estos jóvenes padres.
La mente parece explotar aquélla noche, respuestas y preguntas se agolpan en las cansadas sienes haciendo más oscura la noche Bureana.
Dinezzo de un metro y setenta y siete centímetros de estatura, con sus setenta y tres kilos de peso y su ligera semi-encorvada, pero varonil figura, no pasa desapercibido en donde esté.
El rostro con un leve matiz arabesco, da toda una personalidad radiante, agregando a ello el excelente estado de salud, que a sus actuales cincuenta años, le hacen verse y comportarse diferente a sus iguales.
Dinezzo ha estado en el hospital, sólo tres veces. Una en el mes de Julio, de esas frías noches Santiaguinas, en el apogeo de sus años mozos. Recuerda que iba rumbo a casa ubicada en la calle Arturo Prat número 1420, del peligroso Santiago Centro, en el barrio Matadero.
La fiesta había estado estupenda, aunque su corazón se había partido en dos, cuando la mujer que cortejaba, era la vecina, le había sido arrebatada por un depredador más poderoso, en este caso Juan Palma, encendido, reluciente en el Cadillac rosado, dueño de los Cicles Palma, grandes tiendas dedicadas al comercio en materia amplia de bicicletas.
Marlene, bella jovencita de muy cotizada plusvalía emocional, la sola presencia marcaba la diferencia, inspiraba romanticismo.
De un cuerpo tallado con el más fino cincel daban ese aire especial a las delicadas mejillas, adornadas por danzantes glúteos sostenidos en las bien formadas caderas. Ojos decidores de mil susurros al oído, las fisuras de los labios cascadas esplendorosas, todo en ella era mujer.
Esta bella diva había dejado a maltraer a Dinezzo, peatón de confiado paso.
Despreocupado, triste, se perfila tranqueando calle abajo, por la calle Victoria; calle regada de rieles semi escondidos por el asfalto, varios adoquines asomaban su antigua estirpe anunciando un remoto pasado de tranvías y carretas.
La iglesia Católica Romana “San Felipe de Jesús”, se encuentra en la intersección de las calles Victoria y Chiloé, es testigo mudo de la tremenda paliza a la que fue sometido por un grupo de pandilleros, como él.
Olor a vendetta en el aire, en el transcurso de la gresca dos caen rotos al suelo duro, frío. Extremidades fuera de sitio, pómulos sorochados, cejas arrancadas del jardín facial, van sumando horrible espectáculo. Lentamente pierde firmeza y cae, sólo voces a lo lejos le hacen saber que aún está con vida. El cuerpo maltrecho de Dinezzo, recobra conciencia un par de días después, en la Posta Central del Servicio Nacional de salud.
Una semana en ese recinto y tres más en su casa son el resultado final de la golpiza, la que hasta hoy le es una incógnita, por haberla recibido, de igual manera los dos caídos, dicho sea de paso, nunca más les vio.

Una pincelada oscura cierra los párpados de Dinezzo, me mira extraño a los ojos. Era una madrugada de esas que duelen, luego de un titubeo prosigue... 

 

La casa paterna de Dinezzo, tambaleaba de babor a estribor, la nave se hundía, se acentuaba la falta de calor humano que debe existir para la permanencia en el tiempo.
Los padres de Dinezzo ejercían un doble estándar. La maldita ambigüedad, como los letreros de la Plaza de Armas de la comuna de Collipulli, prohíben transitar en bicicleta en ese espacio, pero nadie hace caso de la advertencia, la policía como si nada, todo ese sentir le amartilla las sienes. Aquella noche en la ribera Bureana sería en suma, inusitadamente importante.
Don Giovanni y la señora Hirma, padres de Dinezzo, serían importantes protagonistas en el acontecer de Dinezzo Braccia.
Los primeros años de Dinezzo son rubricados por una soledad definida, la madre le deja largas horas encerrado en la única habitación de la humilde vivienda, so-pretexto de trabajo agotador, hastío tal vez, la mamá era muy joven para tamaña responsabilidad.
Una caja repleta de botones de todo tamaño y color, son su compañía infatigable. La imaginación prolífera puesta al servicio de estos abrochadores, vivamente les transforma en aguerridos soldados de bandos inexistentes, pero reales en la dimensión fantástica de Dinezzo Braccia, niño.
Acostado en la cama, las piernas, dependiendo de la posición, eran volcanes, montañas, barrancos, mesetas, todo un cúmulo de accidentes geográficos a disposición de estrategias y técnicas belicosas.
Fue creciendo observador, diferente, la ampolleta colgada, descuidada en el centro frío de la esmirriada habitación, es el sol vigoroso encerrado en la diminuta galaxia de este límpido solitario niño.
 

El calor de la chimenea mengua la tensión sofocante, la helada piel recobra la original postura, la habitación nos cobija sin preguntas, de vez en vez algún quejido del tablerío suelta un lloro, para apagarse en un silencio rotundo.

 
Esporádicamente, de la mano de uno de sus padres, Dinezzo sale en ávida excursión al exterior de su mundo, devorando con los sentidos, casas aledañas, transitar de peatones y vehículos. Fue creciendo lento doloroso.
- ¡Que perra vida ésta! –
- pensaba – mientras cebaba un “mate amargo”, bebida basada en yerbas parecidas al té, se sirve tibio, sin azúcar, a los escasos comensales de la “carreta”, nombre dado a un grupo o clan, que se reúne en torno a un líder en las cárceles chilenas.
Dinezzo dice son varias las razones de llegar a tocar fondo y haber estado tras las rejas mascullando llantos, remordimientos y en ocasiones planeando venganzas podridas en frascos engrillados.
 
Dinezzo baja la cabeza, un suspiro profundo y continúa...
 
El pequeño Dinezzo había traspasado la barrera de los primeros pasos, el andar era bastante más seguro, ya podía desprenderse de la mano de sus progenitores y echar un vistazo al mundo, aquél que le intrigaba.
Correr por las veredas pobladas de aventuras y saltar la acequia que atraviesa el patio, compartido éste por otros vecinos, lo fortalecen y envalentonado toma la primera equivocada decisión de la vida. Sus jóvenes sentimientos necesitaban libertad. La presión del entorno le reclama ser libre y huye, sin mediar consecuencias.
Los ojos de Dinezzo recopilan calles, personajes, tranvías, carretas. Deslumbrado por la inmensidad que le rodea, se adentra cada vez más en la bullida ciudad, que lo traga como boa glotona, saboreando un exquisito retoño de recién parida oveja. La avenida José Miguel Carrera le ve un paso simple de infante inocente, ligeros piesecitos le llevan lejos de la cuna vacía, allá en su casa natal, cada vez más distante.
Caminando entre gigantes hace esfuerzos, para no ser atropellado. El día va consumiendo cada rayo de sol que el astro mayor deja caer despreocupadamente sobre la tierra abrasadora de mimos mentirosos y arrogantes. La noche pone fin a la batalla, opacando todo con alas negras.
El cansancio, el temor, el hambre, vaticinan una parada necesaria. El sueño lo sorprende y acurrucado en esa posición fetal, que le es tan familiar, Dinezzo recuerda el vientre de su madre, se detiene. Rendido se entrega en el regazo de un kiosco de la calle Franklin. Ni el más valiente habría llegado a semejante instancia, el pavor lo estaría consumiendo de sólo saber donde estaba.
Calle Franklin, vena de pueblo mercantil, atiborrada de grotescos proxenetas y sumisas dueñas de casas en busca de la oferta del día, que abarate su malogrado presupuesto.
Voces confundidas en cacofonía trotadora hasta los tuétanos y un leve puntapié, despiertan al diminuto adormecido ser.
A gatas, Dinezzo asoma del escondrijo, los ojos muy abiertos anotan en la agenda mental, el pasar de vendedores, prostitutas y ladrones, que se conjugan mágicamente como un todo, oxigeno el uno del otro.
De pronto a la vista de cielos, calles impertérritas y ausentes patrullas policíacas, dos hombres a dorso desnudo protagonizan una extravagante danza. Cada uno sostiene en una de las manos la navaja prominente, en la otra, la prenda de vestir que anteriormente cubría los cuerpos, blandida al viento, como bailando o jugando, pensaba Dinezzo Braccia, que a escasos metros no perdía ni uno sólo de los movimientos realizados por los actores.
Maldiciones, palabras que nunca había escuchado le tenían perplejo. Absorto en sus pensamientos, Dinezzo trata de descifrar lo que veía, cuando uno de ellos cae aparatosamente de rodillas al suelo. Un grito de muerte recorrió la calle revuelta, los ojos brillantes adornados de una frente sudorosa y cejas profusamente pobladas se cruzan por un instante con los del pequeño aventurero, éste con horror ve al hombre atravesado de lado a lado por una profunda herida, vomitando intestinos por la zona umbilical. Asomada la cabeza desde el escondite en el kiosco, Dinezzo ve las manos del hombre aprisionar el vientre en un acto de retener la evasiva vida callejera, tormentosa. Con el último palpitar de la escondida conciencia, guiña un ojo al asustado muchacho y despotricando con humor tétrico incrusta la dura cerviz en la calle, que tantas veces le vio correr, robar o simplemente vivir en una dimensión totalmente diferente de aquellos tantos que por faltas triviales, hacen suya una desgracia que no existe.
Los ojos de Dinezzo han visto la muerte, ha compartido un metro cuadrado con ella, tiene miedo. La valentía y ansias libertarias desfallecen, quiere regresar a casa. La calle nuevamente recobró el brioso trajinar, nadie se hace cargo de nadie y todos pasan desapercibidamente por entre medio de todos.
Samuel, amigo de los padres de Dinezzo, estaba advertido de la desaparición del niño, como también la policía y distintas amistades, no obstante, el encuentro de Samuel y Dinezzo fue fortuito.
El retorno a casa fue cálido en los brazos cobijantes de este héroe circunstancial.
Los padres de Dinezzo lo recibieron con alegría y agradecimientos, al menos el primer día, para luego, en privado, caer en un tremendo sermón lacrado con un par de azotes al punto de descontrolar los esfínteres, en un dolor sofocante rasgando la más íntima fibra infantil.
Cortos, pero experimentados años fueron suficientes y Dinezzo aceptó la zurra con estoicismo. Su novicio corazón aprendía en la peor escuela de la ciudad bárbara, la calle.
De esta forma se fue criando entre desmedidas caricias y trágicas reprimendas, existiendo burlonamente, una suerte de proporcionalidad entre ambas.
La calle era compañera y amiga, había dormido abrazado de ella, años más tarde ésta sería nuevamente una salvavidas, consolándole en su abatido trajinar, desmenuzado por un largo período en prisión.
Tal vez, por eso aquel día ocho de marzo del año dos mil uno, Dinezzo se encuentra en medio de la penumbra a orillas del río, conversando con la noche, con la vida esparcida sobre las piedras, bajo sus pies tristes.
Segunda vez que Liset, la esposa, lo abandona en forma abrupta, como ésta.
La misiva explica el parcial juicio. “ 26 años de soportar a Dinezzo”, palabras que subrayan aparatosamente el contenido.
El desequilibrio emocional llegó a destrozar a la pareja, unido a ello la discordia siempre vigente, la pugna de poder entre padres e hijos.
 

Dinezzo me invita a sorber la tibia bombilla del mate sureño. Adormecidos mis labios y mi alma, por la delicada infusión a beber, logro prestar la atención necesaria, para seguir escribiendo. La estancia cálida y arrulladores sofás cómplices de las crónicas, se trenzan con mi lápiz.

El fiel amigo Qüincy esboza algo así como un ladrido, lame el aire que envuelve a su amo, como deseando aliviar la pesada carga de llagas del humano dueño, el animal retoma con vigor una y otra vez la solidaria tarea, bajo las estrellas de aquella torpe noche Mulchenina.
Las aguas eternamente rodando, tratan desesperadamente de mojar, al menos los pies, del ciudadano Braccia y con ello, en cierta manera, intentan sosegar la atormentada creación llamada Dinezzo.
Parecían ser sólo lágrimas de río, incapaces de arrullar al sufrido visitante.
El relato desenvuelve el álbum familiar, sus hijos Gino y Dicepolo abordan el vagón de los recuerdos.
Gino el mayor de ellos, es la causa para volcar energías a la montaña. La salud de éste se vio tremendamente afectada, producto de una despreocupación de sus jóvenes e inexpertos padres, que por esos tiempos vivían con Giovanni e Hirma padres de Dinezzo Braccia.       
Un vómito del bebé es nuevamente tragado, yendo a parar en forma grave en uno de los inmaduros pulmones. Esta aflicción produjo una severa crisis, que en varias oportunidades el paradero intuía la muerte. Después de seis meses de tratamiento y de fatigosa lucha ante la adversidad, Gino es dado de alta. Atrás quedaron largas anochecidas de vigilia junto a la cabecera de la incubadora, lugar de reposo del niño.
Un par de veces los médicos le dieron la mala noticia que Gino agonizaba. Los doctores tratantes recomiendan, junto con los medicamentos a administrar, un cambio de clima; sino constante, al menos con cierta regularidad. El aire de la Cordillera de Los Andes era el adecuado según la recomendación alópata.
No fue nada fácil, esta vez las vigilias cuidando el sueño del pequeñuelo eran más contínuas, había que estar más alerta, en casa no estaban las comodidades del hospital, un resfriado común podía costarle la vida. Muertas casi la mayoría de las defensas, cualquier enfermedad encontraba terreno fértil para hacer de las suyas.
Durante el período de rehabilitación de Gino, Dinezzo Braccia y su escuálida familia se habían trasladado de vivienda a la calle Santa Isabel, entre las calles Bustamante y Seminario.
Una antigua casa, con aire enigmático de hondo misterio y piso sonoro. Grandes ventanales en el patio posterior, hacen en tiempo de invierno, sentir la sensación de pantalla gigante de cine y ser espectador de la lluvia desprendiéndose de nubes grises del azul cielo.
La ubicación del nuevo domicilio de la familia Braccia, simplifica el agobiante escenario, ya que se encuentra a pocas cuadras de un centro de asistencia médica. El pequeño retoño resiste, aunque a marcados intervalos la fiebre y su malogrado pulmón ponen en serios aprietos a sus padres, quienes en raudo despegue, en ocasiones desde los catres, salen a enfrentar las calles plantadas de miedo, parchadas de grados militares.
Las típicas brumosas y frías noches santiaguinas de riguroso invierno asolapadamente observan la frenética carrera. El toque de queda agrega una barrera más, la falta de transporte dificulta la prontitud de la prestación de ayuda especializada.
Dinezzo con el amado vástago apegado al pecho, acunado en los brazos, le ve debatirse entre la vida y la muerte, eventualmente la lluvia que golpea el rostro oculta lloros desesperados. En tanto, la mamá del bebe, Liset, corre incansablemente al lado, batiendo un pañuelo blanco, como cortando a latigazos impúdicos las esquirlas de agua disueltas en mil pedazos, al chocar en el resbaladizo pavimento roto por cierta lombriz torpe, ciega.
Diez cuadras al trote espacian de la vida o del final al delicado Gino.
El aspecto de la inocente criatura augura un diagnostico terrible, la velocidad y la serenidad será el medicamento, en primera instancia, para salvar el escollo.
Era una época difícil y turbulenta, en medio de ella Gino luchaba su propia batalla.
Chile, sometido a la bota totalitarista, en materia de beneficios sociales, no entregaba más de lo que entregan los que sin ser absolutistas, actúan como tal.
Unos mueren por su pueblo y otros matan, por ese mismo pueblo.
 
Dinezzo, desde la infancia, se ve fuertemente atraído por las grandes moles de roca, el Este del país que habita, está sembrado de ellas.
 
ENAM, Escuela Nacional de Montaña, sede situada en las inmediaciones de la Plaza Italia, calle Almirante Simpson, allí ejecutó un curso de adiestramiento en montaña.
Escalada libre, artificial en hielo y roca, media y alta montaña, excursionismo y esquí. Son ciertas variantes de dicho deporte.
Piolet, mosquetón, cuerda, arnés de pecho y calzón, estribo, clavos, elementos utilizados en esta maravillosa actividad.
Descenso en rapel, tirolesa, pasamanos, nudos de diferentes tipos y usos, nombres que reciben parte de las tantas técnicas.
Cono de deyección, meseta, llanura, valle, quebrada, cerro, designaciones de accidentes geográficos.
Ubicación en el terreno, estudio de cartas topográficas, primeros auxilios, etc. , preparación para llegar hasta la montaña en forma óptima y poder así sobrevivir en ella.
Esta disciplina deportiva, considerada también, como arte marcial, fue uno de los grandes pasatiempos de Dinezzo. Obtuvo con ella, amigos, disciplina física y mental, conocimiento y lo más importante de todo, la salud de Gino el hijito mayor, quien había estado durante seis largos meses internado en el hospital Arriarán, hoy “Paula Jara quemada”.
La desnutrición y raquitismo fueron extirpados del joven cuerpo de Gino.
 
Mucho sufrió el primogénito de Dinezzo, la fortaleza le puso a prueba y desde su agonía logra vencer las trabas. Se enderezó y así de pie ante la inclemencia, con la ayuda de la naturaleza allá en la montaña, disfruta de buena salud y cada día se enfrenta a la vida, venciendo de esta forma el primer momento trágico doloroso.
Hoy “la madre tierra” le ha hecho un llamado y ha prestado atención a ella. Liset, la madre de Gino, desde pequeño, le ha motivado con el ejemplo por el amor al ecosistema vegetal y después de trabajados y sacrificados años de formación, ostenta victorioso y orgulloso un título universitario de ingeniero forestal.
Bendita montaña que llenó de energía vital al hijo que a la fecha prefiere estar ausente, en la delicada soledad de Dinezzo Braccia.
La nostalgia lleva a Dinezzo, a contarme una más de sus vivencias...
 
Mientras rendía una prueba práctica cuando cursaba los estudios de montaña, Dinezzo sufrió un serio accidente al desprenderse uno de los clavos que servían de soporte.
 
La escalada hacía difícil la fría mañana, dolía la piel y parecía que hasta los ojos pedían enguantarse para protegerse del refrigerado y resplandeciente paraje cordillerano.
Vallecito, se llama la sala de clases. Con los montes pellizcando cielos y matorrales escondidos a la sombra de árboles sagrados, Canelos, adoración de nuestros aborígenes Mapuches, daban la bienvenida. Vallecito expectante, frotándose manos siderales a la espera de nuestros logros, acariciaba con su brisa andina nuestros entumecidos rostros.
La voz del instructor, idóneo andinista y excelente pedagogo, sonaba firme, precisa.
La teoría estaba en la mente, los elementos habían sido rigurosa y cuidadosamente revisados milímetro a milímetro. Aferrado a la pared montañesa, Dinezzo avanza a la cima clavo a clavo.
Llevaba aproximadamente unos veinticinco metros ascendidos y la situación amerita el uso de un estribo. La mejilla, como en acto acariciante sensual, apegada a la gélida roca, sorbía los besos de ésta. La mano palpa el instrumento que necesita, lo extrae y acopla al clavo que espera con un ojo muy abierto, cíclope incrustado en la pared, sabe lo mal parado del huésped. La pierna alzada hasta posar el enfranje del pie izquierdo en la metálica escalinata flexible, en una elongación acostumbrado a hacerla en el gimnasio, se apoya en el dispositivo y con coraje se impulsa a la posición cómoda y precisa.
En tanto, uno de los dos instructores, guías en la escalada, voceábale preguntas azuzando a la perezosa reacción, a que
Dinezzo diera fidedignas respuestas.
-¿Cómo te sientes?, ¿verificaste la posición del elemento?. 
Por momentos Dinezzo Braccia perdía el control, volvía a su sitio al oír la ruda voz del monitor ordenándole pegar la mejilla a la pared y que cuidara el centro de gravedad. De ello dependía continuar o caer.
Un tirón en el cuerpo, un crujir de roca, de huesos, manos desgarrándose tratando de asirse de al menos una hebra de aire sobresaliente en la impasible roca que lo veía pasar en vertiginoso desplome. Segundos interminables volando con alas acorraladas por el miedo, el terror, guarecidas en la garganta, convertidas en grito seco, mudo.
Las cuerdas auxiliares aquella mañana de llovizna, presenciaban el húmedo derrumbe. De pronto la reacción de los cuerpos se tesa y acto seguido, como referí lateral en disputa futbolera, siguieron la caída chirriando las partículas al roce del mosquetón en ellas, en un acto casi sexual, quemando fibras se detienen después de cinco agotadores metros rumbo al suelo, éste defraudado no recibe la presa, el trozo de polvo no ha vuelto a él.
Le recuperaron semi inconsciente, el casco protector había soportando el choque espeluznante de los tumbos en el descenso inaudito. Una serie de hematomas en diferentes partes del cuerpo y los meniscos de la pierna derecha agudamente dañados, es el resultado del casi fatal accidente.
El resto de los compañeros, unidos a ellos, los instructores, cantaban de alegría, con cabriolas y lágrimas festejaban la buena fortuna, mientras esperaban la ambulancia que no tardó en llegar.
Fue trasladado a la clínica Santa María, que ofrecía los servicios de salud, a miembros del Comité Olímpico de Chile COCH. Le diagnosticaron cirugía, pero antes enyesaron la pierna dañada y a descansar a casa.
Un tratamiento homeopático de duración un año, fue devoto espectador de la inclaudicable paciencia de Dinezzo. Este percance ocasionó un receso, pero no bajó la guardia del obstinado Dinezzo Braccia. Continuó participando en las expediciones que el club Andino Horizonte generaba, al cual pertenecía y asistía periódicamente.
Si bien esta vez, la figura estaba decorada por una blanca bota de yeso, ésta iba desde la ingle al tobillo, esa condición no logra mermar la pujanza y empuje desmedido, que además era motivado por la salud de su hijito, quien constantemente le acompañaba, cuando eran salidas de excursionismo.
Al pasar un par de meses de tratamiento, logra dejar de lado el aparatoso ornamento de la pierna dañada y nuevamente ingresar al truncado curso, el que al fin de faena rinde con notas sobresalientes, la graduación fue conmovedora.
 
Acontecía el mes de Marzo...
 

Queda vacilante, tras breve pausa, reanuda el relato.

 
Para esta anécdota no importa cual mes sea
-      me dice Dinezzo-
eso sí, el frío impregnaba hasta las más protegidas partes.
 
En el club andino se hacían planes para recrearse al aire libre y en la montaña, era un fin de semana largo.
En casa, Liset y Gino, apodado “ el Andichi” (andinista chiquito), estaban dispuestos a integrar la excursión andina.
Por su parte Dinezzo, pese a su condición física maltratada y lesionada por el accidente acontecido durante el examen en la ENAM, estaba total y absolutamente de acuerdo a plegarse al recorrido, sólo estaba preocupado por el transporte que los llevaría al punto final de la travesía.  
Le ofrecieron mulas para cuando llegaran a la localidad y así desplazarse eficazmente, ya que la caminata para una persona y en condiciones normales es de poco más o menos de dos horas.
Fue una odisea vestirse aquella mañana, Liset y el niño estaban prestos. La mochila aperada de todo lo fundamental, como así también de lo innecesario, para el viaje. Además un par de bolsos capaces de recopilar todos aquellos asuntos que pueden ser de utilidad según la creencia del inexperto.
Tres son los miembros de la cordada. Pese a todos los inconvenientes que plantea la salud física de Dinezzo, temporalmente lisiado, obedece a su instinto aventurero y avanza hacia la montaña. Liset que nada sabía de asuntos de montaña, esta era su primera salida y tendría obligadamente que pernoctar más allá de un par de metros de estacionado el vehículo, que en ocasiones como esta la trasladaba y Andichi dada su corta y delicada edad, sólo cooperaba con obedecer las instrucciones que lograba entender, no aportaban mucho al buen desempeño, pero de igual forma se entregaron a la aventura propuesta. Desde el principio, la inmadurez de parte de ciertos integrantes de la cordada, la falencia física y el exceso de peso, fueron motivo de sobra para empezar a causar estragos.
La zona a visitar “La Prosperina Alta”, un hermoso sitio escondido entre matorrales y quebradas, con hilillos de agua descolgándose por entre grietas caprichosas, queriendo esconder el manjar de las nieves eternas en su quebradiza piel montañesa.
La comuna del Cajón del Maipo reúne éste y otros tantos bellos paisajes. La montaña inmensurable ampara y atesora en sus alas incubantes, historias de oriundos y valientes extranjeros, que la poseyeron y poseen a costa de su propia vida en nutridas ocasiones.
Ni arrieros, ni mulas, ni transporte, el desconcierto empezó a jugar su primera carta, los ánimos se encendieron, la cordura estaba a un triz de perderse, por fortuna, alguien hizo las indagaciones, la búsqueda acabó con un mulero y la cuadrúpeda montura en el lugar de partida. La mula en cuestión fue ocupada por Liset y Andichi, además de esos infaltables bolsos, que por cierto fueron estorbo durante el trayecto al campamento base, única última parada.
En un principio Dinezzo quiso poner fin a la locura que se estaba generando e instó a su familia a retirarse de allí, para saborear la placidez y planicie del hogar, dulce hogar.
El discurso fue en privado y en voz baja, pero de igual forma los que estaban en la cercanía oían y le miraron extrañados con un dejo de lástima. La caravana estaba detenida, todos esperaban la definición a la problemática, el morbo hostigaba a la respuesta.
- Si bien es cierto que estoy impedido,
-      pensaba Dinezzo–
- no es menos cierto que poseo para tal empresa,   energía suficiente, para subir sólo con un pie,
-      finalizaba -.
 
La arrogancia de Dinezzo, daba más cilindradas al motor que parecía explotar con el combustible de esfuerzo, mezclado con terquedad juvenil.
Decidieron ayudar a Dinezzo, amigos de equipos anteriores, Guillermo y Cristian, peritos montañeros.
A la espalda fue a parar la inmensa mochila. Al iniciar la marcha no pesaba tanto como la tonelada, a no mediar más allá de media andanza. Es muy difícil caminar con una pierna enyesada, tiesa de arriba a abajo y aún es más si es por erizadas cuestas. Reniegos, espumarajos, adjetivos de abultado y licencioso diámetro fueron surgiendo de la boca, abundancia de su corazón intransigente, como alucinante sonata, perfecta en sus compases y tiempos.
La pendiente aún no se presentaba complicada y las dificultades peatonales se hacían sentir.
Certeros golpes de piolet desgarran la dura superficie cordillerana, cada toque arranca lo suficiente para crear un escalón y apoyar un pie, luego avanzar por la selva de piedras y tierra, un safari tortuoso, desgastador. Cuando los grados de inclinación sobrepasan lo posible de trepar, lo logra con las cuatro extremidades, arañando el polvo, mordiendo la maleza hasta alcanzar la meta. Adosado a la montaña que lo mira, como niño pegado a la teta, continúa la marcha. Anclado a un arbusto recoge la cuerda que trae la mochila en una de sus puntas, acción que repite de vez en vez cuando el desnivel lo requiere.
Arbustos y duendes, piedras y lloicas, abren paso al transeúnte montañero, como pionero en constelaciones vírgenes, creador de luceros en el firmamento inflado. Los dos fraternos compañeros le dejan actuar, a petición de él, la estima les va creciendo a medida el lisiado amigo avanza.
Litres y canelos vitorean al explorador insólito, que rendía la prueba de fuego.
Elevados taludes y angostos senderos, caminos trazados por habitantes que observan desde sus madrigueras, hacían tal vez, algún comentario soez, indiferente quizá o de oprobio al invasor insolente.
Ocho horas duró la travesía. Ver a la distancia las luces del campamento y estar disfrutando de ellas, fue un abrir y cerrar de ojos, tan sólo un instante en la larga correría.
Encajado en las faldas de la inmensa montaña del macizo cordón andino, reflejado a la luz de la luna, el campamento, cada carpa en el sitio adecuado, se veía hermoso.
Los recibieron con aplausos y sopa caliente, el frío agujereaba los huesos, la camaradería montañera había estado en acción, la carpa y la familia estaban en perfectas condiciones disfrutando de la comodidad del hogar, bajo una tela sostenida por aluminios mástiles, bañado el
cubre techo, por una lluvia de millones de estrellas alegres.
La vida de campamento es relajada y en este caso familiar.
Una apetitosa cena, postre exquisito de duraznos al jugo forrados en su tarro, hizo necesario un abridor de latas, era un pasajero de la mochila, de esos grandes con manillas y tenazas para aprisionar el envase mientras se efectúa la operación de abrirlo. Extasiados, el resto les miraba y se divertían, cuando extraían de su equipaje todo un arsenal logístico. Liset llevaba hasta un camisón de dormir, la mochila absorta aprendía la experiencia de nunca más dejarse atiborrar de necedades que sólo maltratan la espalda y el cuerpo del transporte.
Dinezzo Braccia nunca había tenido una digestión casi instantánea, siempre había estado algo así como desfasado en esa función orgánica. La cálida cena, un plácido reposo, después de la dolorosa y larga ascensión, un cigarrillo, una copita bajativa que cumplió el acometido y ese relajamiento que es la suma total de todos los aderezos, desencadenó en el estómago de Dinezzo, una pequeña tormenta. Ante tal eventualidad queda sólo una solución y es nada más y nada menos que evacuar la feca del atormentado receptáculo estomacal.
En un primer intento Dinezzo se retiró lo más posible, en una franca emulación gatuna, de tapar ante la vista y el olfato de los demás el triste y olisco destino de lo ingerido.
Si de hacer necesidades biológicas se trata y en la montaña, en donde el terreno más plano es ocupado íntegramente por un basto campamento. No puede esperar el que necesita estos servicios, una letrina cómoda y además equipada para sujetos que tengan una pierna enyesada, con las características de este osado viajero.
Por doquiera uno busca un sitio adecuado, para estos efectos, allá en la montaña, encontrará desniveles en el terreno y el consabido peligro. La agilidad no bastó para obviar los obstáculos geográficos. Dinezzo no pudo adoptar una posición fecal ligeramente merecida.
Se devolvió al campamento, enardecido con la pierna, retándola con ahínco, como desdoblado en tercera persona, enojado con el terreno y consigo mismo ya que según pensaba, sólo a él se le podía antojar la necesidad de defecar bajo esas circunstancias en esos malditos rincones del planeta. Su estitiquez había sido vencida, pero en mala hora.
Una vez hubo llegado al campamento, puso en ejercicio un plan que había fraguado durante el trayecto.
 
-      Es desagradable hacerse en los pantalones, debo actuar con tranquilidad y profesionalismo,
especulaba el valeroso conquistador enyesado –
 
Cogió un cordín de seis metros y se instaló en la caja toráxica un arnés, prontamente unió a éste un mosquetón y con una cuerda de cuarenta metros en bandolera, regresó al sitio que durante el retorno tenía predispuesto. Llegado al lugar escogido, Dinezzo abrazó a un árbol con la larga cuerda, la pasó por el mosquetón que estaba aferrado al arnés, en su pecho. A favor de la pendiente se descuelga suavemente, como en rapel, hasta llegar a la postura exacta, una vez allí asegura el nudo para que no se desplace.
Hace los preparativos iniciales, papel higiénico, una frívola y atrevida riña con el cinturón y el cierre, los que dejan de ofrecer resistencia, es el preludio al éxtasis. El sudor baña la frente, el residuo a las puertas ya casi estalla el intestino. Lánguidamente pantalones desorientados dejan al descubierto las nalgas pálidas, flemáticas, complacidas de saber que dejaran de apretar los glúteos, cerrojo fecal.
Procedió a flectar la pierna sana, la enyesada al frente tiesa, la luna daba una ayuda con su luz aclaratoria. Dinezzo, pausadamente se descuelga por el acantilado de su cuerpo y llega a la base fuera de sí. Como enajenado descuelga un gruñido de la garganta, que es expelido al viento.
La deposición fue tremenda y sonora, se vació poco menos las entrañas, los ojos inventaron lágrimas nuevas y contento el trasero de dejar de apretar y dar paso libre a la acción de evacuar biológica e inapelablemente todo el caudal de caca existente.
Limpiarse y subirse los pantalones, para luego retomar la actitud vertical, demandó un impulso extra, la fatiga era espectadora presente. Ese día había tenido sus afanes, un reparador sueño fue el premio al anecdótico chasco.  
La vuelta para abordar el bus que esperaba en la carretera, fue peliaguda. Si encaramar riscos le costó mucho, más aún de bajada. Esta vez fue socorrido por los inseparables y solidarios compañeros de cordada, Guillermo y Cristian.
La mochila a bordo de una mula, maltrecha, hastiada, meditaba - por fin de regreso a la quietud de la despensa.
 
Más de cinco décadas abriendo surcos en la vida, cultivando soles y noches. De pie en el pórtico de entrada a la curva descendente, Dinezzo ve desde siempre la siembra cosechada en sus manos.
Sollozos tronchados de verdes y añejos rencores, esperan atónitos el turno en las tablas del escenario.
 
Para Dinezzo Braccia, la interrogante divina se plantea en la infancia, durante el año 1957.
Realiza los primeros estudios en la “Escuela el Parrón”, situada en la comuna de La Cisterna, Avenida los Arcos, alejada unas quince cuadras de la casa paterna, en la calle Uruguay.
Orgulloso va tomado de la mano de Giovanni, su padre, le lleva al primer día de clases, él le había enseñado a leer, escribir y las cuatro operaciones matemáticas básicas.
 
Asistía a clases en jornada matutina. De regreso a su domicilio poco más allá del mediodía, entre jugueteos y bromas con sus amigos, se encontraba casi siempre, con un grupo de muchachos refrescándose, en tiempo de verano, en las aguas de una alberca. Un taparrabos desteñido y mugroso, pieles cubriendo huesos descalcificados, bocas veleidosas, profiriendo ahorcantes palabrotas, detallaban a la distancia el espectáculo imberbe de los bañistas. Durante esas vueltas aprendió a degustar el pan con cebolla, ajo, sal y aceite, que un compañero de viaje le dio a probar. Fue su dieta durante suficiente tiempo en los recreos escolares.
En una pausa colegial, de fresca mañana otoñal, Dinezzo Braccia y sus amigos organizan una diversión.
       -Juguemos “al pillarse” – dijeron...
En un instante quedaron establecidos dos grupos, uno de ellos debía capturar al otro y a medida los acorralaban y apresaban, los dejaban en custodia en un lugar llamado “la capacha”. Los que aún estaban libres tenían la posibilidad, una vez sorteada la barrera humana, de liberar a sus camaradas con un toque de palma en la pared de la “capacha” y diciendo a viva voz ¡libre!. Esta ramificación dentro del juego “el pillarse” se denomina también, “paco ladrón”, paco es el apodo que se da al policía en Chile. Gana el equipo que deja a todos los contrincantes fuera de acción, prisioneros.
Fue en el transcurso de este juego, cuando las veloces piernas, en carrera loca, desmedida, a través del interminable patio arenoso de la escuela que Dinezzo sufre un patatús.
Era el último, debía arriesgarse para liberar a los de su equipo. Ágilmente evadía a los cazadores sorteándoles con fintas geniales. Con felinos esquives corría aceleradamente, no lograban alcanzarlo, desenfrenada persecución que entraba en un terreno demarcado como prohibido. No recuerda exactamente que sucedió, pero fue un golpe terrible. Un cable atravesado a la altura del pecho le sale al encuentro, provocando el impacto.
Como expelido por una catapulta cae al suelo, inanimado por unos segundos, sus amigos asustados corrieron a buscar a un profesor para que se hiciera cargo de la situación, por cierto quedaba distante. En ese lapso recobra tenuemente el conocimiento, con la mente aún vaporosa, trata de incorporarse, las rodillas apoyadas en el suelo parecían dos estacas embutidas a lo profundo de la tierra, las manos arañando arena pesadamente, con una tonelada de plomo que alzar cada una. Costaba coordinar las extremidades, clavados los dedos en el patio con un brío más allá de su firmeza consigue ponerse en pie.
Enredado en los dedos encrespados, chorreando arena, un crucifijo de plata, lo envuelve con la mirada, protegiéndole con sus párvulas manos. Dinezzo guarece entre las ropas al extraño objeto, ocultándolo de los socorristas, que se tomaron todo tiempo en llegar.
Ese día pudo volver a casa sin problemas, unas magulladuras y dolores pintarrajeados de yodo eran la muestra externa del accidente.
De no ser por el hallazgo, se habría quejado todo lo posible, pero le intrigaba la forma del botín, por lo tanto buscó la privacidad del dormitorio para estudiar tan hermosa forma. De lejos había visto la cruz, pero la imagen que estaba en ella no la conocía.
Consultó a amigos, éstos respondieron chocantemente, algunos besaron la rara escultura. Dinezzo decidió dirigirse directamente a su padre, éste atento le escuchó, tendiéndole la mano con el crucifijo en ella y ansioso de saber, prestó oídos... 
 
-      Eso es un amuleto que algunos usan para la suerte, robar, matar, mentir, para endurecer el corazón y cometer aberraciones en el nombre del que dicen alguna vez murió por todos nosotros, para salvarnos del mal, que nos protege y nos ama. En definitiva, dice el paternal consejero, este encuentro tuyo, con el cristo, es consuelo de tontos y protección de débiles, lo devolveré al sitio que pertenece, la tierra. Ahora vete, estoy ocupado, tengo mucho trabajo -.
 
Esta es la última inmaculada palabra del patriarca, ley entre las cuatro paredes.
Demasiado tiempo permaneció esta interrogante en el infantil, sensible y delicado cerebro de Dinezzo. Respuestas que rebotaron de una pared a otra, el corazón y la mente se disputaban la presa.
 
-¿Quién es el situado en la cruz, semi desnudo y los ojos de plata me miran?          
La pregunta horadaba la flacucha experiencia de Dinezzo –
 
El tiempo se encargaría de ir dando respuestas, la Divinidad toma su tiempo y usa estrategias propias para enseñar y dar contestación a preguntas dictadas por tanto mortal.
Dinezzo fue poco a poco arriado hasta el redil que hoy me muestra victorioso
Chile es un país de movimientos sísmicos y cada cierto tiempo somos zarandeados por uno o más de ellos y aunque estamos acostumbrados a estas vicisitudes, de igual forma nos estremece de pavor cuando uno de estos nos visita.
El terremoto de 1960, causó estragos en casi toda la comarca sureña, ciudades enteras fueron devastadas. La tierra se movió levemente, lo suficiente como para generar un tsunami. Las noticias se difundían en todas direcciones. En Santiago, la capital de la nación, no fue afectada, pero llantos y desgarros de ropas eran muestra de dolor, por los caídos bajo la furia de la naturaleza sabia y siempre atenta.
 
Nuevamente el fenómeno telúrico se repite estruendosamente.
 
Año 1985, la tierra se sacude estrepitosamente, moviendo desde sus basas al gran Santiago, partiendo en dos a edificios y familias nocivamente heridas por el terremoto dividido en dos tiempos feroces, pausas que sólo sirvieron de tomar aliento y dar la siguiente sacudida fatal.
En casa de Dinezzo encontrábanse de visita, esa tarde dominical de marzo del año mencionado, Hirma, la hermana menor y el esposo de ésta. Compartían gratos risueños instantes.
Dinezzo vivía en la comuna de La Florida, en la Rotonda Departamental, Villa Alonso de Ercilla, segundo piso de un edificio de departamentos.
Gino y Dicepolo, los hijos, junto a Liset, se entretenían disfrutando de las caricias y agasajos hechos por las ilustres visitas. Todo acontecía casi rutinariamente, la familia reunida en torno a la abuela, alternado esto de comentarios, brindis y comida, nada parecía perturbar o sacar de contexto a esa tarde, que disfrazada de oveja se prestaba a dar un zarpazo en Santiago de Chile.
La capital del país, epicentro del terremoto. El primer remezón fue rápido, violento, aparatoso e implacable, el desconcierto saturó la habitación por unos segundos, Hirma es presa del pánico, fuera de control pierde la cordura, la tez blanca se amorata, la lengua se deposita en las amígdalas impidiendo el paso del oxigeno. No hubo tiempo de usar la prudencia, ni la delicadeza, las ropas le fueron arrancadas de cuajo, dejando el dorso desnudo y fácil de poder administrar los primeros auxilios holgadamente. Masajes cardíacos, respiración boca a boca, en un intento desesperado por salvarle la vida. En inusitada pero serena decisión, Dinezzo decide efectuarle una traqueotomía, sólo tenía conocimiento de esa técnica médica en los libros de medicina, pero se arriesgaría ya que de ello dependía ser huérfano o no.
Palpaba la zona a hacer la incisión, cuando la ve vaciar espumarajos por la cavidad bucal y narices, Hirma retorna de las galaxias eternas, la morada espiritual tendría que esperar su turno la hora aún no llegaba. El desplazamiento terráqueo duró lo suficiente para dejar al país sumido en el dolor y clasificado como zona de catástrofe.
Los daños estructurales fueron cuantiosos: vajilla, televisor, refrigerador y otros utensilios domésticos fueron a parar al tacho de la basura. El horror plasmado en las calles, viviendas destrozadas, miles de personas damnificadas y una secuela de enfermedades vestidas de más pobreza, hacían luto y pesimismo en la psiquis chilena, unidas éstas a las campañas políticas, que en definitiva lo medular va a parar a bolsillos inescrupulosos, cargados de hielo y magra conciencia. Se suman las consignas populistas una vez más, sonoras se esparcen por la moribunda población: “debemos reconstruir a Chile”, y otra más, “Chile, ayuda a Chile”.
 
Como fogonazo, la petición hería oídos confusos, Dinezzo se plegaba a ellos. ¿Cómo aquietar el cuerpo si el espíritu hierve de incredulidad, para creer en quién o qué?.
 
Otra historia reverdece al negro asfalto citadino
Don Giovanni, esperadamente decide cambiar de morada, estaba siendo una costumbre en él, por lo tanto se hacía predecible a este respecto. La familia de Dinezzo se traslada de barrio.
 
Acontecía el año 1961. Don Giovanni, había adquirido una propiedad en la comuna de Conchalí, calle Mercedarios, frente a una hermosa finca de nombre “El Cortijo”, hoy es una vasta ciudadela de muchísimos habitantes.
Dinezzo, cursaba quinto año de educación básica, en la escuela UNESCO.
El primer amor aflora en el cándido corazón de este romántico párvulo. Aurora, nombre de la agraciada mozuela, vasija de las atenciones y desvaríos de este menudo enamorado, no se enteró de esta fascinación. Naturalmente todas las pretensiones llegaban a la más intensa expresión platónica, inocente amor de niño.
A un par de años de habitar el inmueble, que por cierto era bello, la desgracia toca a la puerta. Esta vez la lluvia, bendición de hectáreas secas, macetas agrietadas, obrera presente en el surco de la siembra, desborda las ganas y abundantes nubes apiladas en el cielo, apretujadas se vacían como en corrida loca sobre la tierra.
A decir verdad desentonaba el caserón de dos pisos, anclado en la parte más baja del que hasta ayer fuera un predio agrícola. Algunos canales y acequias contentos de recibir en sus lechos, millones de gotas y goterones, como amantes acogedores románticos a ese caudal acuático, no presentaban problemas. Todo marchaba acorde, la lluvia en su caer hipnotizante, ojos de todo tiempo y portes traspasando ventanas risueñas, comprometidas con el exterior mojado y con el interior seco, contentas en su mundo ambiguo. Dinezzo, entendió que algo andaba mal, cuando vecinos y don Giovanni, corrían de un lado a otro a través del patio y luego por la calle que perdía la forma original, sucumbiendo bajo las aguas. Desde el mirador en el segundo piso de la defendida casa, ve desplazarse a hombres engomados desde los pies a la cintura, palas en sus manos llenando sacos con tierra, para luego apilarlos a la entrada de la vivienda. La vecindad a voz en cuello diciendo,
- ¡esta vez el canal de más arriba se desborda! -.
La acequia colindante penetraba en el recibidor, en la estancia plácida, con aquel sillón de cuero que don Giovanni usaba en las tardes dominicales en la acostumbrada siesta.
Empezaron a llegar señoras y niños, estaban siendo asilados en los dormitorios de la familia, en vano eran los esfuerzos de los adultos encargados de la labor de frenar las aguas o siquiera desviarlas.
Las mujeres mayores, de rodillas, con los ojos apuntando a las tablas del techo, como queriendo atravesarlas, mascullaban entre dientes un monocorde sonido. Con una de las manos dábanse furiosos golpes en el pecho, como para quebrar el esternón en prueba de fe, ante las peticiones formuladas frenéticamente,
¡ Por mi culpa, por mi culpa!
 Repetían lacónicamente.
Otra vez la figura aquella, en las manos de una de las damnificadas, le hace prestar especial cuidado, Dinezzo acecha interesadamente. En un ritual casi dantesco, pedían a la cruz y al que estaba esculpido en ella, cortara el vendaval, a viva voz, con llantos y esquizofrénicas escenas. Aterrorizados, Dinezzo y el resto de los niños, sólo se limitaban a lloriquear, abrigados de las propias creencias ingenuas, simples, de niños.
La acción destructora de las aguas no cesó, pese a todos los trámites hechos por crédulos e incrédulos. A diez centímetros del techo del primer piso alcanzó a llegar. Dos días lloviendo incesantemente, sin piedad, en un privativo diluvio centrado en medio de la casa, según le parecía, fueron motivo de sobra para quedar estacado frente a lo irracional del comportamiento de los adultos.
Al Dios que clamaban las dolientes mujeres, una vez hubo acabado la destructora tarea, se retiró como si nada, indolente.
Dinezzo Braccia, hilaba...
-¿Porqué si es bueno y dueño de todo, según manifiestan las devotas mujeres, no detiene a tiempo la atrocidad? -.
Después de la tragedia, la reconstrucción fue triste y penosa. Ningún menaje casero servía, la casa en su planta baja más bien parecía un horrendo campo de batalla, lo calamitoso del ambiente retorcía de espanto al pensar de las horas previas, estaba destrozada.
Siguieron viviendo allí alrededor de cinco meses más. Durante ese tiempo vivió esporádicamente en casa de abnegados padres de amigos de escuela, prefería aunque fuera incómodo, vivir junto a los suyos.
El señor Lozano, profesor jefe de la escuela UNESCO, fue el encargado de la campaña adherente, para ir en ayuda de las diez familias afectadas, entre otras, la de Dinezzo.
Vivir tras la muralla de la ciudad, es todo un proceso conformado de frases hoscas, que llevan como puntuación, nauseabundas vivencias capaces de generar, de proponérselo, una sensibilidad por el contexto.
Hirma, la madre de Dinezzo Braccia, ejercía un tipo de docencia dura en la enseñanza.
 
Sólo una vez desde la etapa de lactante a adulto joven, vio acostada a su madre. En consecuencia, a Dinezzo, en aquella oportunidad, le pareció extraño verla a esa hora tendida sobre la cama.
Recuerda que era cerca de mediodía, las obligaciones escolares habían terminado más temprano que de costumbre. Se acercó a la habitación creando el más ruido posible, sus hermanos no se encontraban presente, aún estaban dispersos entre   parientes, fruto del anegamiento en el mes anterior, ingresa al cuarto, le habla, lo hace con cuidado, se acerca, la acaricia, la mira con ternura. Una espuma blanca emergía de la boca, la mueve, le grita, el desconcierto lo aturde por breve tiempo, recuperado del estupor corre en busca de la salida en pos de la tía Leticia que vivía cerca. Vino presurosa, la mirada madura de Leticia abarca la habitación en acción escudriñadora, encima del velador barbitúricos esparcidos hasta en el piso, frascos y demases convulsionados en todo el aposento, un aire de agonía espiritual sacudía las pasiones. Bajo prescripción médica casera, le dieron a beber leche y levantando a Hirma la obligaron a caminar, debían mantenerla despierta.
Ojos verdes desorbitados dejaban escapar lágrimas, labios comprometidos con la conciencia balbucean la frase “mi delantal”. En autómata obediencia, el asustado muchacho va en busca de la prenda que exige la mamá. La intriga que rodea este acontecimiento, unido a la tremenda curiosidad infantil, le zambulle en un siniestro mundo, imposible de descifrar a tan temprana edad. Extrae desde el delantal un papel escrito por la inconfundible mano de su madre. La misiva en cuestión, iba dirigida a un hombre y no era precisamente el padre de Dinezzo, explicaba los motivos de tamaña sentencia, por la cual dejaba este mundo angustioso y maldito,
        -“porque te amo” – decía el mensaje - “me mato”.
Dinezzo, clavado al piso sintió abrirse la tierra, el universo íntegro dentro de su minúsculo corazón desconcertado, lo hacía trizas queriendo salir disparado en cualquier dirección, imposibilitado de llorar, no sabía qué estaba sucediendo y en rápida gestión más que racional, instintiva, guarda la carta acusatoria en el mismo lugar y le lleva la prenda a su madre, quien la recibe con exacerbada euforia, aprisionándola en el pecho.
El proceso de desintoxicación duró un par de horas. Nunca olvidó este chiquillo las inhumanas puertas que la vida le iba abriendo a su paso.
-      Pareciera que el corazón se me va a salir cuando te dicto mi vida. Amartilla toda mi masa encefálica el relato en tu boca, ese lápiz tuyo me vuelve al vómito, como al perro, por favor no me mires, no   son lágrimas, sólo espigas danzantes en el viento, heridas mis pupilas de medio siglo abiertas.
-      me dice angustiado Dinezzo -.
 
Las especulaciones hacían alarde, la poblada esgrimía pancartas de apoyo y en la cuadra siguiente las cacerolas vacías entonaban una sonata macabra, la miseria se acurrucaba en las cunetas por un mendrugo de pan esperado con ansias después de agotadoras y cruentas trasnochadas al cateo para adquirirlo, el golpe de estado vino en solucionar con desilusiones y muertes a destajo la dolorosa travesía hacia la democracia Chilena.
Sin lugar a dudas continuamente algo valioso se desprende de cierta nube negra, en el mejor de los casos lluvia, en el peor, golpes de estado.
 
Era el cuarto día de una jornada diferente, había empezado un once de Septiembre de un año histórico en el país de más al sur, bañado por su pacífico mar y una solemne nevada Cordillera de Los Andes.
Las patrullas se sucedían una tras otra en los edificios contiguos al palacio presidencial, que derruido a causa de la gresca de los dos bandos libertarios, ostentaba hirsuto y pálido grandes boquerones en la espléndida y señorial fachada. Dos certeros mísiles se desprenden como cola de lagartija, desde los aviones de guerra de la Fuerza Aérea de Chile, FACH, alojándose estrepitosamente en las paredes blancas, ridículamente heridas, marchitas por la nube de polvo, alzada desde el más involucrado cimiento. El espectáculo era tenebroso, agazapado tras la ventana, Dinezzo podía ver cuerpos que yacían de bruces sobre las calzadas silentes. Era el golpe de estado, Chile se unía al desconsuelo de la América Morena.
El departamento quinientos cuatro no podía ser la excepción. La puerta bruscamente golpeada soltaba amargos quejidos, nudillos de soldado tosco le daban con furia y epítetos tajantes. La puerta esperaba ansiosa ser abierta y colgada en los goznes
para descansar y ver de lejos las peripecias y torpezas humanas. Piernas temblorosas se apresuraron a calmarle el agravio. Manos impregnadas en pavor asidas a la manija la giran con espanto. De par en par fue abierta y en tropel los soldados tomaron las posiciones, conforme las impartía el oficial al mando. Rostros desencajados, ojos aturdidos, trastornados. Cuerpos estáticos empotrados al piso con el miedo ensamblado en ellos, removidos a golpes de la posición original.
Dinezzo Braccia había incursionado fervorosamente en las juventudes comunistas, JJCC (Juventudes Comunistas), estando a cargo de una de las miles de oficinas llamadas ”Junta de Abastecimientos y Precios”, JAP.
Por fortuna los recién instalados en el poder no contaban con una información adecuada, la era computacional estaba dando sus primeros y tardos trancos, en caso contrario habría sido peligroso para toda la familia.
Su educación vagabunda, arrogante, le hizo fruncir el entrecejo con desenfado, en el instante en que un soldado le daba de golpes con su armamento a un mueble fuertemente guardado bajo llave. El gesto desafiante de Dinezzo, demasiado expresivo, impulsivo y arremetedor, cobró sendo mazazo en su abdomen. El cañón de un fusil tirano se encaja en el cuerpo y en el orgullo, agraviado por la soldadesca acción. Fue demasiada la dureza y la saña propinada, no pudo resistir la agresión y casi desmayado cae al suelo torpemente. El rostro hace contacto con la superficie de madera, muchas veces le había tocado asearla, la conocía. Sentía voces lejanas, como en cámara lenta ve venir un gran zapato negro que no pudo evitar y chocó con su cara inexorablemente. Las tablas recibieron en su falda la explosión sanguinolenta, arrancada de su boca callada, el vegetal nido se limitó a sufrirlo. No sintió, sólo paz hasta el día siguiente.
Soldados intimidando con una mueca irónica dibujada en sus pervertidos rostros, alimentábanse masoquistamente, dando de puntapiés al caído. Se retiraron, como la bruma matinal se escapa de los ojos llenos de sol, dejando la libertad encerrada entre cuatro puntos cardinales.
Era el quinto día, los cuatro anteriores habían sido de terror constante, tal vez los soldados ese quinto día les habían dejado en paz, pues creyeron que el muchacho había muerto, ya que tras ellos dejaron un cuerpo exánime, amoratado, lleno de gemidos, saturado de odios y venganzas.
No obstante el drama; había un drama mayor; un drama invisible; un drama aún más mortal que los soldados y las balas.
El hambre se dejaba sentir en las vísceras, en las impacientes manos de los hermanos sollozando, pidiendo con tenue voz una migaja de pan siquiera, era el segundo día sin comer. No había provisiones de ninguna especie, la alacena de la casa estaba vacía. Nadie esperaba una catástrofe como esa, y desde hacía ya un par de años conseguir alimento para más de un día era casi imposible. Esta realidad genera la necesidad de salir al exterior en busca de alimento. Don Giovanni hace los preparativos pertinentes.
Dinezzo de inmaduro y audaz temperamento, ni tan recuperado de la tunda, le pide a su padre participar del osado episodio. No estaba incluido, pero luego de un breve forcejeo verbal, con planteamientos definidos y seguros, fue aceptado a regañadientes en el plan.
Los cuatro hermanos menores e Hirma, soportaban los embates del azote aterrador de una suerte de guerra civil.   
La energía eléctrica y el agua potable eran racionadas, las comunicaciones telefónicas fueron cortadas de un soplo, la radio transmitía agresivos comunicados de prensa, agregando más dramatismo y dolor a los corazones de la angustiada civilada, la televisión silenciosa sin imagen. Actuaban así talvez, a manera de estrategia o quizá de esa forma saldrían de su escondite aquellos ocultos seudo patriotas, francotiradores mutilando vidas en pugna mortal y suicida acción. Es difícil saber los malévolos planes del carroñero.
El pasillo del edificio de la calle Valentín Letelier ve a un par de sus dueños desplazarse a hurtadillas rumbo a las escalinatas. Estas, les recibieron en cómplice silencio, el blanco mármol en ayuda ingenua tornábase grisáceo junto al pasamanos de bronce que se opacaba al paso de los intrépidos, prestaban su noble ayuda en lo que atañe a su entorno. En tanto la recién iniciada escaramuza que padre e hijo emprendían, sudorosos de primavera ajusticiada, resentida en extremo, alcanza la planta baja. Afuera, en la calle, carreras pesadas de botas jóvenes y viejas, orugas destrozantes coronadas con grandes cañones, amedrentando todo lo que no vestía la tenida de gala del momento, uniforme gris o verde oliva, con casco y palo de fuego.
Por unos segundos las miradas de ambos se estrecharon en un abrazo férreo, previas instrucciones, cada uno enfiló en la dirección conveniente.
Luego de un breve titubeo, Dinezzo pone pie en la calzada negra solitaria. Mucho más ágil que su padre, se escabulle en rápida y felina carrera, amparado por la noche que sabedora del dolor se hace aún más oscura.
Agachado, gateando, deslizándose en cuatro patas, logra traspasar el cordón de la peligrosa zona de muerte. Intimaba a diario con cada pulgada del sector, era el barrio, por esos pavimentos múltiples veces había burlado a más de un policía obeso o descuidado, huyendo con un opíparo botín en sus manos, esas billeteras ociosas, regordetas, descansando en bolsillos transeúntes, despreocupadas, refregando telas, habían sido su peculio delito jactancioso.
Los suyos, la barriada, franquean techos y patios a su paso. Como los gatos o los pájaros que usan rutas diferentes a los humanos, escala azoteas, baja a las entrañas de la conflictiva y confundida ciudad, sumergido en ásperas alcantarillas viales. Dinezzo pegado a las paredes, amalgamado a ellas, como camaleón en la selva, con un rezo sin aliento, de silencio absoluto, proveniente de lo más recóndito de su enconado ateismo. Avanza sigilosamente, rincón a rincón, entre faroles muertos y estacionamientos baldíos, poniendo fin a la dantesca aventura en casa de buenos amigos que le hospedaron. Durante el trayecto creyó haber sido sorprendido por tropas del ejército, pero milagrosamente dieron repentinamente vuelta emitiendo gritos de mando y alertas conjugados éstos de una buena dosis de disparos.
La madrugada sorprende a Dinezzo, cansado, pero ansioso, quería regresar de inmediato. Ni tan saciada el hambre y con una veintena de panes en la bolsa pretende enfrentar el día enrejado de púas, sembrado de ojos malditos, vitoreando destellos de odio. Los contrincantes, en la calle, se mataban, pantacruélicos perversos, ambos de doctrinas siniestras. Los amigos le aconsejan esperar la noche. Las horas de sol – le decían – hacen que el toque de queda sea más efectivo, más criminal y certero. Imposible, dadas las circunstancias, deshacer los pasos que te trajeron hasta aquí, -le reiteraban.
Sin duda este consejo no encontraba aprobación en la mente de Dinezzo, pero aceptó las sugerencias.
En un mueble cubierto por una pared falsa, reposa a la espera de emprender el regreso. Un barretín bastante seguro, sus dueños, expertos constructores adiestrados hábilmente en las escuelas progenitoras de odio y estrago, que en los meses anteriores habían sido la tónica marcada a fuego en los corazones y mentes de tantos miles de vanidosos hombres y mujeres, buscando el todo sin hacer ningún esfuerzo decente, promulgando gestas infames gastadas.
Era la noche del sexto día, el cuerpo de Dinezzo aún tenía marcadas huellas de la bota fascista, el rostro presentaba hinchazón un tanto más leve. Con las capacidades recuperadas por el alimento y el sueño, se prepara para abandonar la casa, algunos abrazos y parabienes, manos compañeras despidiendo al que entraba en la arena sembrada de carniceros golpistas, la mochila a la espalda, listo a enfrentar la noche repelente, fatídica. Pero la casa estaba marcada, apenas si pudieron escuchar el rechinar de vehículos estacionarse en la calle imparcial, somnolienta, cuando pelotones de botas rudas, atropellantes, seguidas de amartilladas voces de mando, irrumpían a gritos incoherentes la privacidad de vecinos heridos mortalmente por gatillos inhumanos. Casi por instinto Dinezzo lanzóse dentro del cofre y cerrada la pared sólo podía escuchar.
La adrenalina se agolpaba en cada poro, en cada célula de su aterrada existencia, fueron un par de minutos extremadamente cortos. La puerta derribada, recostada sobre el suelo, es el preámbulo al dintel que recorta la figura grotesca de una metralla en manos de un lisiado mental con gorra militar.
Aferrado al singular refugio trata de contener la respiración para no ser descubierto, tenía pánico, su cuerpo entero era una olla hirviendo. Pruebas incriminatorias en la casa. Una imprenta que fabricaba panfletos y pancartas, selló el destino de sus habitantes. Entre dar explicaciones y afrontar los hechos, lo último fue fatal.
 
-      “Casa allanada en la calle Tocornal, guarida de extremistas. Donde se encontró diversa variedad de literatura marxista y abundante armamento, fue puesta bajo custodia y sus habitantes a la espera del fallo judicial que dictará en breve la fiscalía militar” –.
 
Las noticias gubernamentales encuadran todo en una refriega sin muertos, con detenidos debidamente sometidos a una equilibrada justicia.
Toda una noche del sexto día y todo el séptimo día Dinezzo no emitió ruido alguno, tan sólo respiraba, los oídos aún perplejos por el sonar de fusiles matando, le mantenían choqueado, anudado al escondite. Las horas pasaban parsimoniosas, bufonamente lentas, exprimían los últimos malogrados vigores. Embriagado en sus propias lágrimas, lamiendo el enfado, con la lengua pegada al corazón, forcejeaba con los minutos y pedía clemencia al tiempo.
La sangre esparcida de los compañeros asesinados y municiones embutidas en murallas inocentes, heridas también, sin comprender la batalla, saludaron el nuevo inicio.
Bastante más recuperado del trauma, pausado y furtivo, en el más silencio posible, abandona la generosa protección, está vivo, era de noche, era el día séptimo.
La vuelta fue más cauta, agudizado cada sentido, diez de ellos dispersos en el lienzo fugaz de una noche muerta.
Volver era ingresar a las fauces del lobo; lobo emitiendo bandos; lobo que sentado al trono le correspondía el turno de lanzar arengas, en pro de su vil comportamiento. El anterior muerto, dicen fue suicidio, murió publicando bandos.
Dinezzo, no pudo hacer la travesía en una noche, durante el día durmió en los techos de una casa, a espaldas del frontis del entonces Teatro Caupolicán.
No hacía mucho frío, uno que otro habitante de esos terrenos, muy ajenos a las cuestiones humanas, huían al verlo. Estaba ante ellos un depredador de temer, lo decían ratones, palomas y gatos.
La noche del octavo día fue decisiva. Internóse en rutas anónimas, autografiadas sólo para él, leales y sencillos caminos le vieron hacer acopio de fibras y destreza. De este modo, logra llegar a las puertas del céntrico edificio, unos pisos más arriba su casa. A la sombra de aliados parchados de ventanales, floreados de trabajólicos ascensores, rastrea en el bolsillo, palpitante extrae las llaves para abrir las altas y grandes puertas metálicas. De pronto, en la esquina, una tanqueta asoma su nariz larga mortífera, empezando el lento viraje para adentrarse por la calle, que en penumbras lo protegía, apresura a su mano temblorosa, los focos del blindado aparato comienzan a iluminarlo todo, los haces de luz pasan rozando su espalda en momentos que entra cerrando la puerta tras sí y tendiéndose sobre el piso, hasta que el vehículo militar pasara. Alejado el peligro, Dinezzo corre presuroso hasta el departamento, con precaución abre la puerta, la sorpresa lo deja atónito, estaba desierto. Desorientado se sienta en un sillón, por su mente la muerte vertiginosa se hace presente. Reacciona de improviso revisando nuevamente todo el sector. Minuciosamente, escarba los rincones, hasta la más desapercibida fisura. Nada decía que una disputa se había llevado a efecto. Los ojos de Dinezzo buscan pruebas de que su familia estuviera con vida.
Hacía poco había escuchado el tableteo de las armas en letal arremetida, derribando anhelos, fusilando a frágiles seres marginados de burócratas rencillas partidistas, frías sus almas estriadas, manchadas de pólvora en el túnel de la acerada ruta, obedecían a salvajes dueños.
Un frío sepulcral recorrió la desolada y cansada figura de Dinezzo. Confuso, atolondrado se deja caer sobre la cama, era cerca del mediodía, veinte de Septiembre de 1973. No tardó en dormirse profundamente, sumido en ese mundo mágico del sueño, se deja llevar por nubes parlantes y alados seres de mirada azul celeste. El reposo fue pleno. De golpe fue arrancado del paradisíaco mundo, los timbrazos del teléfono le estacionan en esta dimensión ingrata. Levanta el auricular un tanto nervioso, con voz débil e insegura contesta. Al otro lado del cable la voz de Hirma su madre, le reconforta.
 
Desde que reanudaron las comunicaciones he tratado de comunicarme contigo – le dice Hirma -, soltando      un largo suspiro, sujeto a cada hilo de      la piel.
Hirma le cuenta: que habían sido trasladados, a Giovanni lo sorprendieron a pocas cuadras después de que se separaron en la puerta. Lo encontraron en medio de la calle batiendo brazos y saltando enajenado, una herida de bala en una pierna y otra que casi le destroza el hombro, fueron lo suficientemente benditas, como para sólo voltearlo y dejarlo con vida, en estos momentos – decía Hirma – está en el hospital, me contaba Giovanni, que desde la posición en que estaba, te veía pegado a la pared, con los ojos apretados y el rostro queriendo taladrar el cielo. Ni lo pensó siquiera, metió tanto ruido, que por poco le cuesta la vida, valió la pena, estás vivo.
- No  te  muevas  de  ese  lugar  hijo  mío, mañana iremos a ver a Giovanni, le diremos que estas con nosotros, dejará de estar triste volverá a reír de nuevo.
-      Escondí  algunas  latas de comida que
algunos soldados jóvenes nos dieron,
insistía –
Son diez latas, están en el estanque del agua en el baño y otras pocas debajo de tu cama, no te muevas de allí, por favor, hasta pronto-remataba.
 
A principios de Octubre las familias que vivían en derredor del Palacio de la Moneda fueron devueltas a sus correspondientes hogares, salvo algunas excepciones, como es el caso de don Juanito, vecino de la familia Braccia. Tras efectuar los chequeos y empadronamientos respectivos, los efectivos militares autorizan la ansiada reunión familiar. Dinezzo espera con el aseo hecho y la mesa puesta, un pan y un vaso de agua en cada puesto, de postre una gran sonrisa amplia en los rostros de todos.
 
Octubre de 1973, mes en que cumple años el padre y la ex esposa de Dinezzo Braccia.
Es casi increíble lo sanguinario que pueden llegar a ser los regímenes politiqueros, no importa el bando. La crueldad la conjugan perfectamente, destrozan lo hermoso de la convivencia humana. Dicen ser liberadores del pueblo, exigen sacrificios más allá de lo posible a ese pueblo que dicen libertar, mientras ellos sentados a abundantes mesas y lujosas residencias, gastan a destajos el pellejo de cada poblador que ha dado la vida por ellos.
Consignas de gobernantes pasados y presentes redundan en la pérfida mentira que encontrará terreno fértil en los siempre oprimidos, hambrientos y discriminados pobladores de esta especial América Latina.
 
Dinezzo Braccia, es uno de los tantos jóvenes que aborda la multitud de camiones y buses, en dirección a las grandes y recién abiertas alamedas.
La fiesta tenía un ribete mágico, todos celebraban la ascensión al poder del representante de la hasta entonces fracción política Unidad Popular. “El pueblo unido jamás será vencido”. Ni era un pueblo, ni estaba unido y sí fue vencido hasta hoy.
Las máximas humanas, oprobio para la humanidad misma, un atentado a la raza humana, en definitiva, “vanidad de vanidades”.
     
La variedad en el andar de la vida de Dinezzo, la hace interesante, por lo tanto, la recopilación de los dichos entregan un aprendizaje que anima, el poeta Dinezzo me regala una lección en el siguiente episodio.
 
Año 2001, varias actividades, daba cumplimiento a una nutrida agenda. En esa oportunidad dirigíanse Dinezzo y Aranza a la Municipalidad de San Miguel, habían sido invitados por las autoridades de dicha entidad de gobierno y a petición de una colega poetisa, declamarían en ese lugar. Se festejaba además, la reapertura de la Editorial Quimantú, que tuviera gran auge durante los años 1970 – 1973.
Durante el trayecto, Dinezzo se detiene enfrente del Teatro Caupolicán, en la calle San Diego, desde esa perspectiva le señala, a su hermosa compañera Aranza, el antiguo coliseo de espectáculos, perteneciente a la desaparecida Empresa Cóndor. Regresan los recuerdos y dice,
 
-      “Mi padre de vez en cuando me traía a este sitio a presenciar diferentes funciones: El circo Las Águilas Humanas, las luchas libres, boxeo, películas, eran todo un suceso”-.
 
En una de esas invitaciones se ve envuelto y creyendo que se divertiría le siguió sin chistar, como hizo siempre durante la infancia.
Había abundante público, se hacía enredoso circular por los pasillos en busca del asiento tocante. Allá abajo un solitario y lujoso estrado, acicalado de micrófonos sobre la cubierta y como desafinando en uno de sus bordes, un vaso transparentemente escuálido. Interesado por lo sofisticado del ambiente y escaso mobiliario, trata de reunir las suficientes evidencias para concretar, al menos una idea aproximada, acerca del tipo de exhibición, próxima a dar inicio.
Inútiles fueron los primeros intentos y aunque llegaron algo temprano, nada logró averiguar, las incoherentes respuestas de los entrevistados, le dejaban más a la deriva. Don Giovanni, molesto por el atraso de la función, no prestaba ninguna atención a las inquietudes de Dinezzo.
Varios minutos más tarde de la hora fijada en cartelera, hace la aparición, caminando flemáticamente rumbo a la tarima, un personaje ligeramente obeso, más alto que don Giovanni, de nariz gruesa, reñida al perfil griego, un yoqui como parte del cuerpo no del atuendo y un perezoso comportamiento mal humorado, como a disgusto de estar ahí.
El individuo haciendo uso de un preámbulo desmedido, hace la obertura al acto con un extenso discurso, sonó a zumbido monótono en los oídos del aprendiz a paciente. Luego el sujeto, dio inicio a la exposición de su oficio y a intervalos bebía de la copa depositada sobre la tribuna aquella, para saciar la sed o desahogar los desatinos, según la opinión de Dinezzo, “latoso el artista” - decíase.
Tuvo que soportar demasiadas de estas invitaciones obligadas. Asistir a la ceremonia de ver y oír a un personaje balbucear gangosas frases y además enterarse que tiene dos identidades, una es la verdadera, pero cosa curiosa lo nombran por la falsa y hasta lo aplauden con esmero, le era tedioso en extremo.
 
-      El pequeño Dinezzo cavila-
-      “Ridícula escena, vitorear a una persona mentirosa con descaro, que niega a sus ancestros.
“ Mi papá recalcaba siempre esta cualidad familiar”,
-      decía –
-      “Debemos estar orgullosos de nuestra estirpe”
Pero la contradicción era obvia, a fin de cuentas don Giovanni también perdía el control y puesto en pie aplaudía diciendo,
-      “¡Bravo Pablo!,”
Con desenfreno floreaba el ámbito de vocablos bellos.
Dinezzo, comentaba con Aranza- ,
 
-      “Fui reprendido severamente, cuando intenté abuchear a la exótica lumbrera.
Cuan equidistante puede llegar a ser el pensamiento y por ende el comportamiento de un mortal pasado algún tiempo.
Todo va cambiando, ahora yo me dirijo a ejecutar una acción similar a la de ese poeta, sólo espero – decía Dinezzo- no haya ningún muchacho que sea llevado contra la voluntad, para que no se enfade”.
 
El veintitrés de Septiembre de 1973 cae derrotado por una seria enfermedad, el prodigioso Nóbel Chileno Pablo, como el Apóstol, pero con diferentes batallas.
 
La manifestación del talento literario, en esos años, cuando se sitúa esta historia, no marcaba huella decidora en Dinezzo Braccia, al menos públicamente, razón por la cual lejos estaba de pronunciarse el bien camuflado y temeroso don.
La recorrida silueta de Dinezzo, perfilábase en barrios antiguos del Santiago Centro. Nunca fue aficionado a las pandillas, aunque se le adosaban unos cuantos, de malas ganas aceptaba, llegando a ser líder sin desearlo.
El primo Guido, de igual edad, hoy es un artesano con cierto prestigio en Europa, específicamente en Francia, lo ha sabido por boca de otros parientes.
-      Dinezzo comenta resignado –
“Este siglo veintiuno, seguramente, sin lugar a dudas, nos encontraremos con ese primo, en la inmensidad de la llanura multidimensional”.
 
Tramados en un complot celosamente maquinado, Dinezzo y Guido, dan rienda suelta a vandálicos instintos manilargos. El desafío estaba a la puerta, quién obtuviera una billetera más contundente de descuidados bolsillos viajeros, sería el ganador del respeto irrefutable del otro, al más puro estilo mafia.
Los respectivos diecisiete años de Dinezzo, no miden consecuencias y en una mala emulación de los parientes adultos, los que reprochablemente eran todo unos profesionales en la materia y gozaban de una fama internacional, avalada hasta por los gobiernos de turno, mecenas de campañas políticas en favor del postulado por tercera vez en el año 1970, se dan a la riesgosa aventura de traspasar la barrera de la sensatez y honorabilidad.
La tarde no emite opinión y sin advertir a nadie espera neutral el desenlace de los acontecimientos. Las víctimas abordan los buses, ignorantes de la desgraciada vivencia que estaba a punto de realizarse, serían devorados por facinerosos carteristas amateurs, ni una pizca de lástima en el actuar ratero.
La impía maniobra se pone en juego, el primero en probar las habilidades es Guido. Radiante y con acento cínico aborda el bus que portaba la primera víctima. Terminado el trabajo se encontrarían en casa del tío Guillermo. Dinezzo, sólo estaba nervioso por inaugurar su capacidad, no tenía duda de ella, además esa predisposición sicológica la daba largas horas de ensayo.
En un principio el tío Guillermo se disgusta con la peligrosa faena emprendida por los atrevidos sobrinos, pero luego recapacita y echa a reír felicitándoles, al fin y al cabo –comenta- “Estos chiquillos ya son mis colegas y festejaré junto a ellos las victorias”.
Depositando la corpulenta estampa en un sillón y refregándose las manos goloso de respuestas, el tío Guillermo, les pregunta detalles.
Guido se sitúa en medio de la sala y lanza al tapete la historia.
“Elegí –dice- a una señora que reunía las características debidas, extraje desde el bolso de mano una pequeña cartera, luego la vacié dentro de una bolsa plástica, misma que sirvió como pantalla de distracción, fue algo simple sin contratiempos, sabe tío, mis manos son de seda y por lo tanto profesionales, no sintió nada la anciana”, dice petulante, dando fin a la crónica.
Ahora el turno es para Dinezzo, éste, puesto en pie, deja escapar las dotes de mimo e inicia el expectante relato.
 
“Escogí, -dice- a un sacerdote que bajo la sotana hasta se podían oler los billetes de la apretada billetera, dormida en el bolsillo posterior del pantalón, como burlándose me hacía un llamado tentador, sólo debía extender mis sedosas manos y estos diestros dedos- los muestra- sorberían mi merecido trofeo. Me costó trabajo arremangar la frondosa prenda eclesial, luego desalojar suavemente esa pícara billetera de la gruesa contextura humana, desbordada de primicias. El sacerdote absorto talvez, en alguna cuenta   de quizá algún dogmático rosario, inocentemente no sintió nada”.
 
Describía animadamente la acción con vanidoso regocijo y gesticulando con aspaviento, cuando Giovanni hace aparición en la sala instándole a aclarar lo que él acababa de ver y oír.
El castigo fue ejemplar, sacó provecho de la reprimenda, nunca más comentó con nadie las aventuras o labores, no importando la simpleza o delicadeza de éstas.
Un ingenuo sopor, acompaña la mirada briosa con rojizos pómulos, gemelos avergonzados de andares precoces.
 
Dinezzo súbitamente, como desprendiéndose de un harapo viejo cambia el curso de los recuerdos y vuelve a su memoria la borrascosa moraleja acuosa en la comuna de Conchalí.
 
Como haciendo un descanso antes de llegar a un asentamiento más definitivo e íntimo, la familia se traslada dentro de la misma comuna, a la calle Pedro Fontova, sector denominado La palmilla, residencia grata y generosa.
Don Giovanni había vendido la siniestrada casa mojada, como los ojos y la paciente esencia de Dinezzo.
La Palmilla, suburbio apacible y pintoresco, bailes y cantos, dio la bienvenida a la familia punzada por fluviales hechos. Habían llegado a vivir a un sector donde Espiro California, rey de los gitanos, tenía el centro de operaciones, en aquel tiempo.
Dos maravillosos meses fueron premio para el joven Braccia, desgastado y frustrado, con un sabor amargo en el corazón a su corta y tierna edad. Nadiejna, un par de años menor fue la amiga inseparable, ella vistió las más hermosas vestimentas, cuando varios años más tarde jugueteaba por las plazas o en una fiesta de la mano en un hermoso noviazgo, estrechamente unida al amado Dinezzo. Este tenía puesto el cumplido afecto en esta bella y exótica niña de ojos verdes, como los de Hirma, delgada silueta con particular rostro inconfundible de zingara brotada de las estrellas más allá de los cielos y del pensamiento,
Dinezzo la evoca con nostalgia, todavía dice sentir –cerrando los ojos y conteniendo el aliento-, la suavidad de los cojines al interior de la carpa, dormir sobre ellos es una usanza que debe ser saboreada, disfrutar de la acogida familiar, de la simpleza del diario vivir. La tribu de gitanos le acepta con las costumbres y juegos chilenos.
Nadiejna, un buen día se pierde lejos, la tribu se ha mudado, Argentina, se entera, fue el paradero, infructuosos los empeños la sigue a un par de ciudades en ese país extranjero, pero cansado y abatido vuelve a casa.
 
Esta vez la mudanza atraviesa de un extremo a otro la ciudad de Santiago de Chile. El clan Braccia de nuevo se pone en movimiento.
 
El peregrinaje familiar, es albergado por un mes de Agosto de frío intenso, en la recién nacida comuna de La Reina, que recibe a estos adoloridos colonos con una estimulante campiña y un fresco aire pre cordillerano. Una encantadora casa colocada frente a un espléndido campo deportivo ataviado de armoniosos álamos, sería su hábitat durante unos cuantos años.
Hacía poco se había urbanizado el sector, grandes terrenos baldíos remediados por zigzagueantes zarzamoras, yuyos, pinos altos capaces de resistir enteramente una alcoba entre las ramas, de hecho en reiteradas veces sirvieron de resguardo para evadir los maltratos que le asestaba su madre, hacían lucir un equilibrado panorama.
En la plaza Ñuñoa la hermana menor de Dinezzo, asiste a la escuela número ochenta, apadrinada por la República Argentina. Dicho sea de paso, este país sufre hoy, año 2002, la peor crisis económica, el presidente de la nación trasandina tuvo que abdicar ante las demandas de un pueblo hambriento y colmado de injusticias sociales.
A Dinezzo Braccia le correspondió asistir a la escuela número cuarenta y ocho patrocinada por la República de El Salvador. Todavía recuerda el Himno Nacional de ese país, lo canturrea mientras los ojos de tantos años, se humedecen con lágrimas dejadas llevar por la emoción de evocar infancia restringida por quién sabe qué mandato caprichoso, pero su yo se recupera y me sigue dictando.
El plantel quedaba bastante retirado del domicilio de Dinezzo, el bus les dejaba a una hora de abordado.
 
Cerca de mitad de año, don Giovanni llega con un regalo fabuloso, del camión que era transportado bajó majestuoso. A la familia entera le pareció estar viviendo en una página de fantasía y de ciencia ficción. Los grandes ojos pardos de Dinezzo, desorbitados y boquiabierto, eran la expresión misma del asombro. Dos hombres fornidos trasladan hasta la sala principal al hermoso mueble finamente terminado. Es instalado en la parte más privilegiada de la habitación, frente a la puerta de entrada, cerca del piano a la vista del que entrase, estaba en primer plano la hermosa y misteriosa pieza artesanal. El joven heredero observa extasiado con una curiosidad inenarrable.
El mueble se enchufa a la corriente eléctrica y una antena enorme es hecha brotar en la techumbre, - pensó en voz alta, - puede ser un receptor de radio-, otros miembros de la familia apoyaron la ingeniosa deducción, el coloquio duró algunos instantes y sin aciertos. Ante lo errático del análisis, su padre se hace cargo de la situación y devela de una vez por todas al enigmático aparato doméstico, con un ligero movimiento las puertas de corredera fueron desplazadas hacia los lados y allí frente a los ojos, algo que Dinezzo nunca había visto, un televisor, grande luminoso, en blanco y negro.
Acaecía el año 1962, Chile anfitrión de un campeonato mundial de fútbol, propicia entonces la adquisición, el televisor traería el verde prado en blanco y negro, de la cancha hasta la casa.
A partir de ese momento la casa fue invadida a diario por amistades voraces de saborear los regios mostos que corrían a raudales, desde el regalón bar a las gargantas hipócritas y oportunistas de las visitas sedientas y la novedad de presenciar en vivo y en directo, en el recién inaugurado televisor, la gesta deportiva más importante en la novata nación chilena.
Un premio a la voluntad organizativa y también al forcejeo deportivo. Chile obtiene un tercer puesto, que hasta la fecha se comenta en esquinas, bares, en las aulas de grandes y microscópicas escuelas, en galerías de estadios tristes de ver en la hierba verdosa del colosal rectángulo futbolero, piernas y cerebros hecho jirones, derrotados y salir satisfechos con una bien fraguada disculpa barata, vergonzosa. Un premio que necesita otro, la verdad de los hechos.
 
El padre de Dinezzo, había instalado, hacía un par de años, una pequeña fábrica de zapatos, ésta se ubicaba en la calle San Francisco, a pocas cuadras de la calle Franklin y Tocornal, en el barrio Matadero, la que en ocasiones visitaba, sólo para curiosear.
La nueva casa en la Comuna De la Reina, en la calle Primera Transversal, hoy Dragones de La Reina, le otorga una diferente forma de vida.
Alcanza, al menos por un tiempo, a jugar a todo el largo y ancho que le permite el espacioso y verde entorno.
Recuerda la experiencia de jugar con las canicas o con el trompo, de como hacía girar ese pulido y colorido trozo de madera simétrico, con la punta acerada rompiendo el viento y en ocasiones algún homólogo.
La lienza que envolvía el vegetal cuerpo, como mortaja de momia, al sacarla de un soplo como el fuego, arranca la piel en un instante, como motor de fuera de borda en bote modesto, así la lienza surcaba el aire, con dinamismo, desplazada como rayo en el diminuto cosmos, donde estaban ellos jugando y terminar bailando coqueto entre el suelo y la palma de la mano, en rotación y traslación perfecta. Pequeños dioses instalando planetas.
La tarde se prestaba para la competencia, momento oportuno para limar asperezas. Rencillas ocultas saltan al tapete “la olla porotera” (nombre del juego), oportunidad de venganza.
Los competidores en los puestos, todos alardeando sus destrezas, cada uno con las herramientas, instrumentos bélicos en juegos infantes.
Una treintena de manos atornillándose rumbo al cielo con el trompo entre los dedos, descargando con furia dentro del círculo dibujado sobre la tierra, como remolino bandido girando loco hasta quedar exhausto de dar vueltas y evitar con encono caer rendido al interior del círculo maldito. Pero la mala suerte y la torpeza se confabulan con algunos que no logran el acometido y allí se quedan fatigados, inertes, contraídos, queriendo pasar desapercibidos en la llanura estrecha y circular del juego.
Los que están afuera, sarcásticos se preparan enarbolando las amenazantes puntas, como arietes destructores se dejan caer desde el cielo, rotando como torpedos sobre trompos incautos a la espera del impacto. Un trozo de los cuerpos salta lejos diseminado, el de más allá partido en dos por un misil rojo con blanco de espolón afilado. Llorando junto al amo, los dos se retiran. La arena cruenta, alegre de sentir en la piel al gladiador muerto, se jacta de ser escenario sangriento, han perdido el juego.
Talvez mañana sea un día diferente, dicen que en el boliche que está a tres cuadras de distancia, llegaron trompos grandes de madera dura, el otro en algún rincón de la estufa esperando el invierno.
Quizá mañana seremos nuevamente ”los guerreros voladores en la olla porotera”.
 
Ciertamente Dinezzo Braccia ha recopilado en la mente bellas y sensibles imágenes que se mueven en el espacio de una dimensión especial, llena de alas, sembrada de azules risas y celestes caminatas. Frágiles corbetas ceñidas de lunas y soles le transportan de un renglón a otro, conversando con cigüeñas cesantes o con árboles talados. A la verdad pienso que tiene mucho que contarnos.
 
Dinezzo de un lado a otro se pasea en la habitación, atenta ésta a sus pasos, está marcadamente nervioso e incómodo. Me pregunta si quiero un descanso, tras beber un sorbo de café le respondo,
 
-      sigue dictando Dinezzo, sigue dictando, cuenta tu vida entera yo escribo en la pauta tus acordes vivenciales – le declaro
 
Dinezzo reacciona acaloradamente y de un tirón, se traslada de zona e historia.
 
Empinadas escalas y callejuelas extrañas, misteriosas, adornadas de barandas modernas y otras como sacadas de historias medievales, son testigo del paso ligero, vivaz y firme de Dinezzo, que trabado por el frío y la llovizna matinal marina, le tiene un poco húmedo, molesto, sólo quiere descansar.
Dinezzo se detiene frente a la puerta de la residencial, de esas que son edificios declarados monumentos nacionales, sumamente antiguos, interesantes hasta el último clavo perdido en el fondo de alguna viga subterránea, llenos de vidas pasadas, vecinos de poeta muerto en “La Sebastiana”, desbordantes de intrigas, amores y rabias. Abajo, la bahía espumosa, violenta, sacudiendo trozos metálicos, habitantes marinos danzando al compás de las olas verdes. Funiculares escalando cerros, arañando escarpadas laderas en mágica función, repletas sus barrigas de bípedos pensantes.
Dinezzo, se sacude aparatosamente en el recibidor, un hombrecillo poseedor de cuatro décadas a lo menos, de baja y esmirriada estatura, de apariencia facial y corpórea, entre una mezcla de terrorista y vagabundo bandido. Con un marcado acento de vividor de bajos fondos de barrio chino, le salió al encuentro. El aroma del portero, como el aliento presagiaban lo poco o nada confortable de la habitación que le cobijaría.
Después del trámite pertinente a la inscripción, un libro ajado y polvoriento le da la bienvenida.
Valparaíso, sustenta en las aguas y cosmopolitas cerros, aventuras de todo tipo que lo hacen ser un paraje, una ciudad con personalidad propia.”La Perla del Pacífico” (así llaman a ese puerto chileno), Dinezzo le comenta a su fiel amada Aranza. Con ella pasea junto a un grupo de escritores de la comuna de Macul, esa tarde de primavera del año 2001. Desde el mirador, cerca del museo erigido en honor al vate estelar Neftalí Reyes, le señala las calles y techos que otrora le vieron escapar y amar apasionadamente.
Recibe la llave de manos del conserje y enfila su delgada figura por la estrecha y crujiente escala, hacia su habitación. Peldaño a peldaño consume dos pisos del inmueble. Porta en la mano izquierda una pequeña maleta, un grueso impermeable negro le cubre. Observando, Memorizando y Describiendo a cada instante, en una O.M.D. constante llega a la asignada puerta, la abre lentamente, en silencio, con cautela ingresa al cuarto, deposita la importante maleta sobre la cama. Dinezzo, se despoja del atuendo mojado, extrae su arma y con ella en la mano se dirige al baño. Minuciosamente hace el allanamiento, verifica todo una y otra vez. Prepara la vía de escape y se apronta. Ahora todo era cuestión de tiempo.
Tenía importantes documentos en su poder, bien lo sabía la maleta lo comprometedores de éstos. Eran años difíciles, 1977 marcaba cuatro años de soberbia dictadura. Sabía perfectamente que fallar era morir, por lo tanto, preocupado, prepara evacuar la zona de muerte. Coloca a disposición todo lo que ayude y haga más expedita la vía de escape. La ventana atascada le obedece finalmente.
Durante ese día reposa atento, chocolates y agua le sirven de merienda, revisa su equipo, lo vuelve a revisar y vigila. Los mandos superiores de Dinezzo y él sabían que estaban en la dirección correcta, habían chequeado y contra chequeado todas las alternativas, el plan sico político debería, indudablemente, ser efectivo. Se impacienta, había caído la noche, la quietud extrema, la paz excesiva en los corredores de la amplia segunda etapa, auguraba la proximidad del fin, la adrenalina agolpada en las sienes le mantienen alerta, pero se cansa. La tensión y el agotamiento le hacen ser presa fácil del sueño imperdonable, inspiración de Morfeo.
Casi la mayoría de las veces, la policía efectúa los operativos antiterroristas y de caza delincuencial, durante las horas de la madrugada o mejor dicho, al despuntar el alba, es la hora que cualquier vigilia es vencida.
Dinezzo, despierta bruscamente, como empujado por la cama se levanta. Felizmente las estrechas escalas y el ruido, aunque leve, que produce el transitar de una docena de zapatos azotando los peldaños, fue campana de alerta.
-      “A llegado la hora, un paso en falso y eres hombre muerto Dinezzo,” - pensaba-,
Mientras erguido se desplaza por el cuarto, en movimientos rápidos coge las ropas y con el arma al cinto se desprende por la ventana, que deja escapar un quejido, cuando torpemente la pasa a llevar con el zapato desabrochado.
Los techos de la barriada porteña circundantes al edificio residencial, le miran oxidados. Un tanto curiosos le abordan, cerrándole el paso. Dinezzo les cuenta que es amigo de otros. Citadinos amables, que le ayudaron en un momento importante, como éste. Que son vuestros hermanos, les dice y le dejan pasar sin más comentarios.
Una amplia llanura sobre techos, se presenta ante la vista encandilada por la luz de la noche oscura, sólo para él se iluminan las tinieblas.
Saltando de azotea en azotea, como en la más febril acción felina en Agosto, va acercando el arribo al plano.
Rincones cubriendo la retirada le sirven de camerino, para afiatar el ropaje hirsuto, raído por la acción escapatoria. Techas curiosas, cálidas, repentinamente avergonzadas, reprendidas por chimeneas, tejas y clavos mayores.
La calle sabe de la noticia del transeúnte de los techos mojados y le recibe blanda con todo lo que ella tiene. Un café trasnochado con un par de parroquianos dentro y una esquina alerta, mirando a ambos lados. Dinezzo, agradecido acepta y sentado a la mesa le pide al camarero, - dos cafés negros, -uno para mí y otro para aquellos- le comenta.
Después de pagar la cuenta, se entrega a la calle que le espera. Las embolsicadas manos de Dinezzo, recostadas al interior del impermeable, disfrutan del aposento tibio, acogedor. Cubiertas las heladas y sensibles orejas con la solapa, dirige sus pasos al rodo viario.
Meses de arduo trabajo, para generar este resultado, la información que portaba en la maleta estaba, según el conserje informante y los visitantes ruidosos, en las manos correctas, aunque el sujeto se les había escapado.
Dinezzo Braccia y los suyos pensaban lo mismo, “Operación Valpo” exitosa.
 
Secretos de dormitorio vuelven a la mente de Dinezzo, mientras recostaba la cabeza en el respaldo del asiento del bus interprovincial con destino a la capital de la república chilena.
Los días previos a la misión en una acción considerada por los mandos planificadores, de afiatamiento en la zona de apresto, enreda la vida, a necesidad de los acontecimientos. Ingrid, experta en análisis de información, pertenecía al área de inteligencia, prestaba servicios a la causa hacía seis años.
Una mujer de marcada personalidad, propia de la ascendencia aria. Nativa de empinados balcones, con sus ventanas prendidas al cielo, raídas escalinatas bordeando casas insertas a barrancos románticos, Valparaíso tibio, de ensueño. Un metro y sesenta y cinco centímetros de estatura, un perfecto talle prolijo en cada curva, sostenido éste por torneadas piernas, deportivamente talladas a diario por escalinatas porteñas. La parte superior de esta hermosura, estaba coronada por una frondosa cabellera negra azabache, suave como la seda, tocando con las puntas, como dedos frágiles, sensuales hombros abotonados a ósea estirpe. Bellos ojos verdes de mirar oblicuo, parpadeantes entre pestañas tejidas a telar, son los primeros en recibirle. Húmedos labios rozados le modulan un saludo dulce, amable. Una fina mano femenina se aprieta a la suya, Dinezzo estacado a la entrada de la asignada casa de seguridad, no daba crédito a sus ojos y a la piel.
Contraseñas y documentos de identificación, que por cierto perfectamente confeccionados, no dejaban de ser falsos. Fueron reconocidos por la agente en cuestión, aceptándolos. Dinezzo Braccia, alias “Pepe”, estaba dentro del juego.
A partir de ese minuto Ingrid y Pepe, se dieron a la tarea de inspeccionar el lugar, recorrer los alrededores, saber y conocer como la palma de la mano, en donde se efectuaría la operación. Era el trabajo encomendado, según el plan, antes de la hora señalada. Ella también estaba comisionada para ejercer labores de P.P.I., Protector de Persona Importante. En este caso Dinezzo debía ser protegido ya que la fuga debería resultar lo más natural posible, nada debía hacer sospechar las verdaderas intenciones de toda la dramatización.
Cenar juntos, desayunar, pasear al ocaso por playas neutrales, excitadas de sentirse masajeadas por caminatas descalzas. Arenas abriendo universos a cuerpos cansados, recostados sobre ellas. Fascinadas de ver la delicadeza del florido flirteo proveniente de mentes álgidas dispuestas a cercenar sus propias vidas si fuere necesario para que los torcidos ideales triunfen, volvían al normal comportamiento de arena apta para detener aguas groseras, ser el tiempo en relojes pasados y copas en mesas pobres o ricas, sólo arena sin opinión ante la barbarie. El gobierno de turno mantenía al país enclaustrado bajo constante amenaza. El toque de queda inspiraba pánico a cualquiera. Las patrullas marinas desmontadas de barcos grises, navegan en vehículos metálicos engomados rechinando sobre el asfalto, deslizándose por rutas turbias de lágrimas, sudor y sangre de pueblo oprimido por azules instrumentos estatales.
Nada fácil sortear uno y otro bando, en la noche aquella, - recuerda Dinezzo- pero Ingrid la leal compañera hizo el trabajo con perfecto profesionalismo, nada lo detuvo hasta llegar a la parada de buses y estar donde está, en el bus rumbo a Santiago.
De ella no supo nada, nunca más. Severo y certero el compartimentaje.
Dinezzo, apretando sensualmente los labios y con un lujurioso brillo en los ojos deposita la vista en las manos que alzadas al cielo parecieran estar extrayendo recuerdos precisos guardados en alguna parte de la atmósfera- escribe, me dice, escribe lo que aconteció en la noche del día 19- y empieza a dictar como enajenado, pero de sensibilidad cuerda.
 
“Noche estelar celeste, cuajada de estrellas. Millones de ellas rotas, produciendo más y más lucecitas plenas, bordado el cuerpo de la diva por ellas.
Cosechaban mis manos hasta en el más profundo rincón de alguna minúscula grieta. Siembra salvaje a mi disposición, cada gajo del tórax, cada trino de la pelvis de la corcoveante sílfide, me rasura el sudor que perla mi frente, de una sóla plumada. Éxtasis trepador por sábanas blancas, lúdica esencia en la matriz ávida”.
 
De pronto pareciera despertar, la narración es alzada en vilo y dejada caer rompiéndose la magia dejando el fin del espectáculo a la sóla imaginación mía y de los lectores.
Dinezzo, se dirige cavilante hacia el piano que se ubica en el centro de la sala, se sienta clavada la vista en el pentagrama vacío y pulsando algunas teclas rasga algunos acordes que acompañan una pregunta añil,
 
-      ¿Dónde estará? Tal vez si nos hubiéramos conocido más – divaga y da por teminada la historia.
Librada pasión sexual, mezclada de impureza social y frenesí erótico.
 

No cabe duda, Dinezzo es una fuente de constantes sentimientos brotando al infinito éter.

Actualmente está afincado en la Novena Región, en un pueblo llamado Collipulli, palabra de origen mapuche, cuya traducción al castellano es Tierras Coloradas.

Lastarria dejó una huella profunda en esta comuna, un follaje acerado se alza a 125 metros de altura, para recoger en los rieles y robustos durmientes, toneladas de acero rodantes recortándose en la bóveda divina, apoyadas en nubes y estrellas. Sujetas al viento locomotoras pujantes consumiendo soles, noches, abrigos y fríos. Abajo, un colchón de agua diáfana fragante, nido de truchas, río serpenteante, Malleco el nombre del torrente, acogedor de turistas, obsesión de suicidas. Viaducto al sur del tiempo, al extremo de la vida.

 

Dinezzo me sorprende con su comportamiento, repentinamente cambia de dirección. Continuamente el trabajo de algún capítulo me obliga a seguirle hasta lo indecible, es demasiado nómada para mi sedentaria costumbre. Por momentos me enerva el agitado ajetreo, es difícil encontrarnos en el mismo paralelo de la capa superior terráquea.

Esta vez ha sido diferente, Dinezzo me ha invitado a su casa y a decir verdad, estoy sorprendido. Después de mucho tiempo de conocernos y estar juntos, ha escrito una carta maravillosa, en la que me dice la necesidad de compartir el puesto conmigo, de presentarme su entorno en ese pueblo, de seguirme dictando, me dice que soy su bastón, se acuerda de Edipo y la fábula.

Un gran baúl de acontecimientos este amigo, veré que me   espera, qué es estar con él más allá de una jornada literaria.

El bus hace la última parada en la estación del bello pueblo. Me recibe una cálida mañana de un día quince de Diciembre del año 2001.

En el andén un hombre y una mujer me saludan agitando las manos, como limpiando el aire haciendo a un lado cualquier mancha que impida ver mejor, es Dinezzo y Aranza, histriónicos me vocean dando minúsculos saltos, como bailando.

Abrazos y besos convocan a una reunión de sentimientos mutuos, me siento apegado a ellos, como hidrógeno al agua.

Me cogen de ambos brazos, también a mi valija. Entre preguntas, respuestas y risas, me presentan la plaza, la municipalidad y la iglesia, haciendo amena la caminata matutina, acariciadora bienvenida.

Hermosa casa enclavada en una de las calles principales a un par de cuadras del terminal de buses y del centro. Calle Poeta Francisco Coloane, número ocho. Acogedora fachada matizada de verdes árboles y bello césped. Mampara y puerta interior, sin antejardín. Una sala de estar amplia y confortante, rociada de dormitorios, baños, comedor, cocina y un patio enorme con un jardín precioso, sombreado por un parrón frondoso, como la selva, blanca muy blanca, por dentro y fuera.

Desde mi llegada hasta hoy, 19 de Diciembre del 2001, no había escrito, hemos compartido en familia, afinamos algunos puntos en los dictados anteriores, paseamos. Más que nada hemos reposado, la vida sureña es muchísima más calma que la nuestra, santiaguinos a punto de explotar por los cuatro costados.

Lo decía antes, Dinezzo es un baúl cargado de sorpresas, una historia terrible empieza a gestarse cerca de las 13:15 Hrs, nos disponíamos a almorzar.

Llaman a la puerta, Aranza se dirige hacia ella y la abre. En el umbral de entrada su padrastro Ernesto que sin mediar razón congruente la reprende severamente y a viva voz.

Dinezzo estaba en la cocina, la puerta abierta dejaba escuchar la discusión, que por cierto era prácticamente unilateral, apura el tranco por el pasillo que desemboca en la puerta de salida. Al llegar a ésta la sorpresa fue impactante. De pie bajo el dintel, un obsesivo compulsivo les apunta con un revolver, enardecido les increpa con epítetos chocantes y vulgares vocablos. Los ojos desorbitados de Ernesto ( el agresor), como la actitud, reafirman una franca acción psicópata.

Una visible ira alimentada a diario durante muchos años le suelta la boca a Ernesto, en una andanada de obscenas bajezas culturales.

Argumenta que le debían devolver la casa que en esos momentos ocupaban Dinezzo y Aranza, además exigía explicaciones por el cambio de actitud de su hija menor, Mariana, que a la fecha es dueña de tres décadas y algo más, impetuoso apuntándoles agriamente con la pistola pedía respuestas, la provocación fue exagerada.

Dinezzo reacciona con violencia verbal y dispuesto a poner fin a la gresca le insta desafiante, agresivo a que gatille el arma y dispare.

Aunque visiblemente nerviosos, por la presión que ejercía el arma en las narices de Dinezzo y Aranza, no les impide reaccionar y responder airados a las prejuiciosas preguntas: que la casa nunca ha sido de él; sino de Aranza, que la hija menor (vale decir la hija de Ernesto, hermanastra de Aranza) es dueña de sus actos, “sucede que tú no la conoces”, le dicen, “que la dejaste al cuidado de tu cuñada cuando era pequeña y además refriega tus propias obscenidades en tu desfachatado rostro hipócrita y explica tus muy escondidas triquiñuelas de amoríos al más puro estilo “Juan Tenorio”.

La bien planteada temática y la firmeza en la expresión, logran amainar al encolerizado atacante. El inquisidor padrastro bajó el arma y se retiró a la casa ubicada en el número once de la misma calle, no sin antes proferir una atacante amenaza mortal.

El terror invadió el apacible hogar, una vez hubieron recuperado el conocimiento, dirigiéronse al Ministerio Público dejando allí estampada la denuncia ante el Fiscal de la Región. Un recurso legal les otorga protección policial.

El comportamiento feudalista y patriarcal que esgrimió Ernesto, era muy propio por estos apartados lugares y que aún no se ha erradicado del todo, por lo tanto varios persisten en este proceder.

Este sujeto actualmente ostenta el cargo de director de escuela, alguacil policial, fue Director Administrativo de Educación Municipal DAEM , presidente del Club de Leones, entidad filantrópica al servicio de la humanidad, miembro de la masonería local. En definitiva un intocable caballero de doble estándar que en un momento de ira y celos paternales y sociales pierde el control, como otras tantas veces, pero esta vez en público y está dispuesto a matar para defender su equivocado camino, el sosegado feudo había sido roto.

Aranza comenta, - “Hace 34 años que este hombre mantiene aterrorizada mi vida, quince días en una clínica siquiátrica de la que literalmente fui rescatada, son la causal de la vida constantemente apabullada y cercada sicológicamente, por este brutal, inhumano y seudo servidor público, que debiera ser encarcelado o puesto bajo tratamiento psicológico”.

 

La justicia no tarda en hacerse presente, veinte días después es condenado Ernesto, una multa por porte ilegal de arma y no inscripción de la misma en los registros correspondientes, además condenado de por vida a la prohibición de compartir la misma plaza con Dinezzo y Aranza, ya que de sucederles algo sería inmediatamente sospechoso, pues la ley presumiría agresión.

Las represalias hacen la aparición en el escenario de la confundida sociedad collipullense y los conductores de los hilos de la educación local incrustan los caninos a fondo en la sencilla vida de Aranza, dejándola en primera instancia, a maltraer, sin trabajo, cesante, sólo porque no baila al ritmo sofocante de ominosas tradiciones farsantes.

El tráfico de influencias ha desenfundado su cruel arma, venenosos tentáculos tratando de envolver a todo aquello que ose alzarse con voz patente e indomable tratando de sellar uno o varios puntos sobre abusadas íes malditas.

Furiosos de ver y saber que sus últimos días están a la puerta, se retuercen en sus finitos movimientos agónicos, energúmenos con descontrolados sentimientos.

Las autoridades se empeñan en diluir el caso bajándole el perfil, pintando y repintando la fachada de la ineficiente administración, para de alguna manera, impresionar al inspector fiscalizador que seguramente se dejará seducir por la pintura fresca adquirida con el presupuesto indebido de carteras desfallecientes. La solución no tarda en llegar, Pedro Luis su hermano abogado, toma el caso en las manos.

La disposición incondicional de este profesional es de admirar, vale la pena mencionar la bondad y dejarla como ejemplo, la recompensa sólo será el amor que siente Pedro Luis, por su hermana.

Seguramente todo será de éxito rotundo, la mano divina siempre atenta, está esbozando una salida propicia en la que todos los integrantes de la comedia tengan la posibilidad de ingresar a la basta familia.

 
-“La perdida de la razón nos juega malas pasadas aunque esta pérdida sólo sea esporádica, talvez a mí, reflexiona Dinezzo, me ha jugado demasiadas. En muchas ocasiones nos aferramos a estupideces convirtiéndolas en divinos altares apegados a ellas como el fuego que se resiste a abandonar las brasas y cuando sólo quedan cenizas comprende que el fin es inevitable. Siempre estamos dispuestos a defender pancartas rotas, fabricadas con lienzos de desgarradas pieles, escritas por dedos acusadores, burlones, acéfalos de amor, solitarios, robustecidos por puntales al margen del todo y de la nada.
Me gusta tu silencio amigo mío, robustece mi vocabulario y tu pluma sobre el mágico papel me brinda paz, esa que se me es tan escurridiza y tanto me cuesta mantenerla agarrada, ceñida a mi pretina frágil, dolida de tanta guerra y persecuciones chovinistas, fascistas, libertarias y farisaicas. Gracias por dejarme deshacer los nudos que me atormentan mediante tu atento oído y tu ágil lápiz, gracias Francisco”.
 

-      Gracias a ti amigo Dinezzo, por primera vez en mi vida huelo la ternura que brota de la matinal aurora y las voces celestiales fluyendo de estrellas y luceros, gracias a ti, amigo Dinezzo.

 

El mes de enero, aún amparaba mi visita en la casa de Dinezzo. El frescor del parrón del amplio patio, hacía sentir más deliciosa la fruta que Aranza, momentos antes, nos había traído. El calor imperante da paso a una dramática historia.

 
La vorágine peatonal y vehicular aplastan recalcitrante esa tarde de verano, al pavimento que expele su propio mal humor, no dando éste ni un ápice de tregua al deshidratado cuerpo de Dinezzo, quien a paso lento recorre la ruidosa y frenética calle Nataniel Cox del atestado Santiago Centro.
La espesa flora y fauna citadina, floreada de follajes luminosos, amargas paredes fetichistas, de insufribles muecas gástricas, de cumbres en cerros de aluminio, vidrio y cemento transitadas por silenciosos vehículos Otis, llenos de animalillos en extinción y otros abriéndose paso a costa de las vísceras de aquellos, son el desayuno y la última cena de Dinezzo, viven con él los ires y venires, son cientos que pasan a su lado, vendedores, charlatanes, ladrones, mendigos, todo tipo de actores, cada uno con un tremendo embrollo, con la famélica sabiduría a cuestas.
Dinezzo, aletargado se deja atrapar en la inocente compostura de la imprudencia, de no mantenerse alerta, fatal error que dejará inscrito en los anales de su poca ortodoxa vida. No percibe que está siendo sigilosamente seguido, que su propia sombra es atropellada, amordazada y no puede advertirle. Fue demasiado tarde cuando se percató de la gravísima falencia, dos hombres interceptan su andar, el costado es punzado, un par de segundos se disuelven en el aire, los ojos alargan la secuencia del parpadeo, dos pulseras cromadas ajustables se adhieren a las muñecas tímidamente sorprendidas, por la terrorista acción. Violentamente es lanzado al interior de un auto que no alcanza a detenerse totalmente, la calle, los semáforos, las piletas, los hormigueantes seres bípedos pensantes, ni siquiera se percatan del plagio.
Dinezzo, maniatado y con la vista vendada, se deja trasladar sin oponer resistencia, tal procedimiento le habría traído complicaciones, tenía sobrado conocimiento y sabía que no podía perder el control, hacerlo sólo aceleraría el proceso, apreciaba su pellejo.
El viaje duró cerca de sesenta minutos tensos, oliendo cada segundo pudo mantener sereno el pulso, tarea nada fácil por cierto.
Dinezzo, tratando de acompasar la sobre excitada emoción y llevarla a una coherencia conductual, se aferra a viejas técnicas orientales, para lograr calmar su angustiado estado de ánimo y darse vigor en una generosa retroalimentación. El sudor se esparce por todo el cuerpo bañando además al último cordón del lustroso zapato. A Dinezzo le cuesta trabajo concentrarse, no es igual que plantarse frente a frente con un contrincante en el tatame de cualquier dojo del mundo, o el curso de sobre vivencia llevado a cabo en los bosques de Valdivia, no existe un manual para repeler el miedo en estas específicas circunstancias.
Fue un tiempo de ablandamiento psicológico, de esta forma se incrementa el temor del primer momento, desmorona la psiquis de cualquier pasajero rumbo al sabido infierno.
Siente que el tiempo se acaba cuando el auto se detiene y se abren las puertas. Tenazas absorben la solapa de la chaqueta, que jalando con potencia lo desprenden de un tirón de la butaca motriz. Ahora el miedo lo era todo.
La habitación era amplia de paredes desvestidas sin identidad, con un cielo frío, opaco, incapaz de reflejar al menos un diminuto destello de algo, lo que fuera. El piso cubierto de tímidas baldosas rojas albergaba a una asombrada silla dispuesta a arrullar entre la metálica estructura al recién llegado, cooperando intrigada sin objetar, le ofrece una parte dentro de ella.  
El inquilino, esposado de pies y manos, piel y ella en coloquio mortal, patas y pies rotos por grilletes del flagelador acero, la desconciertan, “no me construyeron para esto”, pensaba.
El suave metal se da cuenta de lo insólito de la escena pasado un momento, sola en medio de una habitación extraña, rodeada de humanos violentos de singular aspecto, pero sin hacer comentarios resignada acepta.
Sarcásticos ondeando risotadas podridas, dos serios payasos hacen aparición en el tablado, pobres demonios no distinguen lo real de la apariencia, son ciegos, colgados como saco viejo, son el relevo, los otros se retiraron.
Sudadera, pantalón corto y manos negras enguantadas, cara cuadrada inexpresiva, bigotes grandes, sin atractivo el encargado del tratamiento, un loco infernal, una astilla sub humana. El otro sujeto vestía elegante, manos limpias bien cuidadas, rostro sobrio rapado, agradable aroma, excelente trato, mojigato. Dejaba entrever el disgusto de tener que interrogarlo,
 
Si te apuras y eres obediente, decía, nos iremos pronto, mi interés no es personal; sino oficial, no lo hagas más difícil de lo que ya es, entiendes Pepe” aludía a su seudónimo, por lo cual significaba que conocían a Dinezzo, y aunque sabían todo el historial de Dinezzo de igual forma querían respuestas del todo.
 
Las preguntas eran evidentes trataban sobre la “Operación Valpo”, acción ejecutada con antelación. Fugaz en la mente la imagen de Ingrid, un exiguo respiro da paso a una minuta de lo acontecido un par de meses antes en la porteña ciudad de Valparaíso, capital de la Quinta Región.
El percherón mal nacido de cara cuadrada, le regaba como a pasto seco, de vez en cuando.
Dinezzo, siente mojada cada partícula de la piel y bruscamente desciende de la nave cándida, que por segundos le llevó al país del ensueño. Efímero recuerdo, como saeta en el tiempo, clavado en el centro de la nada, en el núcleo de pestillados sentimientos. Ingrid, una turbia lámina borrada por completo por el estridente chillido del examinador inefable, orate penetrante y malvado.
Las preguntas resonaron estrepitosas, punzantes, parecía que el martillo y el yunque se demolían mutuamente, que toda la zona auditiva era un caos, que se reventarían las sienes y ya no tenía suficiente audacia para seguir navegando, como final de temporada que todo es cansancio.
¿Quién o quiénes eran los informantes, por donde se produjo la infiltración, el nombre del traidor, cuál es el punto débil del aparataje? y por último los nombres de los agentes que trabajan en cubierto, que operan en nuestras filas- preguntaba el interrogador.
Había pasado unas horas resistiendo el asedio, el macabro apriete, la luz del día huía de los ventanales, el foco en el rostro masacraba pupilas, las pestañas cortadas de Dinezzo, abrían puertas a la luz cegadora de ofensivos faros.
El polígrafo extrajo lo único que sabía, el acceso era limitado, razón por la cual, pudo responder de aquello que sólo tenía conocimiento.
La “Operación Valpo” había ocasionado graves daños en las huestes de los secuestradores, las cúpulas habían sentido el remezón, las remesas económicas extranjeras dejaban a la deriva a varios puñados de guerreros educadamente labrados en mierda.
Como ejerciendo un cierto tipo de sombría liturgia, el sádico atleta de cuadrilátero rostro, ahogaba una toalla en el líquido potable, lentamente, retorciéndola con las enfundadas manos negras, rezongando fétidos insultos ásperos. Disfrutaba cada una de las propias y espantosas gesticulaciones, dando rienda suelta al morbo del arbitrario arrojo. Esperaba codiciosamente el minuto, para dar pinceladas de dolor, intensamente agudas. Paciente cancerbero a las puertas del infierno, caricatura horripilante del Márquez de Sade, fatigoso engendro de mano terca. Había que chequear y contra chequear la información, que hasta el momento según la tabla de veracidad era A 1 – creíble total -. Reiteradamente entonces, la seguidilla de preguntas se instalan caóticas en la mente y en la masa de Dinezzo Braccia, alias “Pepe”, calcinando las ya últimas extenuadas resistencias.
La concebida negación no tuvo tiempo de salir de la boca de Pepe, un chasquido jugoso quebró el aire en liliputienses trozos, éstos se incrustaron en los muslos y en el pecho, la toalla parecía llorar al retirarse del cuerpo, esparcía lágrimas por todo el cuarto. Mojada ondeaba violenta en el vacío dramático, descargada sin piedad por el nauseado parásito seductor de repugnancias.
Un alarido se esparce por la cúbica realidad y desde el vientre le nace rompiéndole la garganta, una y otra vez las empapadas hebras se estacionan aparatosas, hirientes en el busto, en las piernas y rostro, sus propios gritos le trepanan el cerebro y desmayado aborta todo ímpetu.
Pepe, recupera el conocimiento a costa de un aventón de agua propinado por uno de los captores, el entrecejo clavado en el interrogador que lo mira con ojillos de hiena malvada, Pepe no decae, sabe que el polígrafo le ha delatado, las gráficas así lo dicen y más temprano que tarde aplicaran el arsenal fatídico, adquirido en las experiencias represivas, en todo el bagaje internacional. No conformes con las respuestas tecnológicas, saciarán la sed de sangre con éste que tienen entre manos, interrogándolo en un bárbaro contra chequeo de la información.
Fue un dolor acribillante, las venas se desprendían del cuerpo, los huesos clamaban piedad, el dedo pulgar del pie derecho es roto por la culata de una maldita pistola torturante. Sintió la gracia pegada a un suspiro frío moribundo en la ermitaña niebla, no resiste más y ante las preguntas efectuadas, contesta lo que sabe.
No había necesidad de ser tan crueles, podrían haber esperado una respuesta o haber tomado un tiempo entre una acción y otra, pero la cuestión era un ablandamiento sólo porque sí, querían medir fuerzas con sus enemigos y dejar claro que también ellos eran poderosos, éste conejillo de indias era la prueba contundente.
Como un golpe detrás de los ojos, que da la sensación de expulsar de las cuencas a los dañados pasajeros oculares, abiertos y aturdidos a esa hora del castigado día, es el golpe tremendo aplastante que recibe Pepe en la segunda arremetida destructora de parte de la pistola maligna en el inocente pulgar del pie izquierdo.
Pepe, de la mano con la muerte se guarece en ella, como última alentadora esperanza, a gemidos pujantes les recalca que si algo más supiera lo diría,
-      “¡Por favor les he dicho todo lo que sé, por favor mátenme! “– les decía.
El de las manos enguantadas amartilla una pistola calibre nueve milímetros, conocida por los quebrados pulgares, el interrogador repite una vez más las contestadas preguntas.
-      “¡Dispara jetón, dispara!” -,
La voz de Dinezzo rompía el silencio, las baldosas teñidas de sangre eran ahora más rojas, las paredes, el cielo y la silla en causa común no miraban, discretas lloriqueaban.
El cañón del arma ausculta la boca de Pepe, hasta las amígdalas, los dientes tratan de perforar y destruir el infernal instrumento mortal, la lengua degusta la hora suprema con un dejo de dulzura – por fin el momento ha llegado – pensó en un último minuto de equilibrio emocional.
 No cerró los ojos cuando el percutor hizo el recorrido fatal, fue como un masaje cardíaco, como un ladrillazo en la frente, ágil como gacela, el artero percusor se deslizó en el riel, vino hacia él como la prisa del viento antes de la lluvia, perforando la recámara pavonada, atornillándose en el verdugo recoveco. Pepe olió el chocar de los metales, con deleite esperaba el fogonazo, siempre con los ojos muy abiertos.
Titilando estertóreo, en un desenlace que ha quedado en ascuas le hace ingresar jubiloso al mundo que una puerta entreabierta ofrece. Dinezzo, ha dejado de sentir dolor, hasta podría decirse que a causa del incidente está sucio y maloliente, en un gesto casi instintivo se sacude el polvo de una nube después de un escaso traspié derrochador cósmico, de rodear estrellas y novas jugando con arlequines fogosos. Presume que el proyectil ha destrozado su cráneo, que por fin está muerto. No tiene miedo, no hay calor ni frío, voces cantan melodiosas sinfonías angélicas, avanza no sabe como, pues no hace ningún empeño por desplazarse. Trata de recapitular, razonando al respecto, pero otra vez un balde de agua sobre el abatido ser seguido de la risotada blasfema del cara cuadrada le vuelve a la realidad flagelada.
La actitud de Dinezzo cambia radicalmente, para con los interrogadores y agresivo les enfrenta, un escupitajo almacenado porfiadamente en los golpeados pulmones fue a parar al rostro del pistolero lujurioso.
 
“¡Mátame infeliz!” – decía en resopladas pausas
-¡Mátame güeón, mátame!
 
El funesto cara cuadrada enarbola un cable eléctrico en cada mano que chispeaban al cruzarlos, de soslayo mira al tipo bien vestido, éste ausente del dolor ajeno asiente con la cabeza.
¡Muere hijo de puta, fascista de mierda!
-palabras hoscas del alevoso ejecutante eléctrico, fueron éstas, lo último que escucharon los masacrados oídos de Dinezzo, resonando agrias en el duchado local, hasta las luces cesaron el resplandor y calladas se apernaron al cemento.
¡Muere hijo de puta!,
aguda frase perdida en la afonía de un griterío interno.
La descarga extrajo un alarido proveniente más allá de los tuétanos de Pepe, vibró hasta el cabello, sin dolor, en blanco todo su ser y la mente. Tiritó la sangre, los sentimientos, la culpa, los perdones, los desvelos y tobillos.
 
Una patrulla policíaca recoge el disuelto repertorio de Dinezzo Braccia, alias “Pepe”, machacada hasta el áurea, con los signos vitales casi en cero.
Es transportado al centro de asistencia de salud pública e internado en ese establecimiento, con diagnostico de grave, el parte dicta al respecto,
 
–“individuo identificado como Dinezzo Braccia, es encontrado en plena vía pública severamente maltratado, al parecer, divagan las fuentes policiales, fue un asalto o tal vez una rencilla entre pandillas”-.
 
Cuando Dinezzo se recuperara debía apersonarse al Juzgado de Policía Local, para entregar la declaración procedente de lo acaecido. No obedece la ordenanza impuesta y se escabulle entre los tantos que a la Ley la sumergen en algún rincón de un diccionario olvidado.
Varios días después la policía logra ubicar a sus familiares. Quince soles se asientan en ese lugar clínico, otros quince más bastaron para empezar nuevamente a dar los primeros y costosos trancos.
Al finalizar el segundo mes de medicación, Dinezzo consigue carear lerdamente la calle y el trabajo.
Dinezzo hace un preámbulo, se toma un tiempo con un lloro atragantado en los ojos, me dice que ha escrito a sus hijos, pero que éstos no responden, les ha enviado el primer trabajo literario, pero el mutismo se apodera de las bocas y los corazones de los jóvenes Gino y Dicepolo.
Se recupera a medias y logra resarcirse, convaleciente con la estival tarde a la espalda medita las clausuradas rutas pisadas con locura y no logra encasillar por qué hubo de tropezar con la misma piedra tantas veces.
 

Ciertamente Dinezzo me conmueve, he trajinado los escritos y hasta el momento logro sopesar que son sólo las primeras pinceladas de una pintura que promete.

Un relato espeluznante se desprende desde el corazón de Dinezzo, la experiencia carcelaria brota con dolencia, con rabia, con prestancia.

 
Las condiciones se mecían en silbatos sub humanos, cadenas y puertas rigurosamente cegadas, herméticas, ausentes en el desalmado abolengo acerado.
El patio del penal del Centro de Rehabilitación Social Colina (C.R.S.C.), en la sección C.O.D., Centro de Orientación y Diagnostico, le recibió después de diez días de haber estado recluido en una fría mazmorra húmeda y tétrica.
Cumplía sosegadamente una sentencia de reclusión nocturna en el “Centro Abierto Manuel Rodríguez” (C.A.M.R), ubicado en la calle Lira Nº 139, pleno centro de la capital chilena, y así dar fin a la pesadilla de cumplir los años requeridos que la ley exigía para saldar la cuenta con la cuestionada sociedad, pagando el delito cometido hacía un par de años atrás.
Venía viajando en la caravana presidiaria desde la austral ciudad de Punta Arenas, estando de paso en una larga lista de recintos carcelarios. Para Dinezzo, este era el último requisito para obtener la preciada libertad, sesgada por su torpe mano y la estúpida creencia que las ideas se eliminan con violencia, apoyado en efímeras lealtades doctrinarias de bajo techo y débiles como la mortal vida humana.
No estaban bien las relaciones sociales con un truhán de uniforme verde, un suboficial mayor (S.O.M.) de apellido Herrera, que junto al capitán apellidado Cazor conformaban una dupla de terror, insensatez y canallesca trayectoria social. Este tipo de “servidores públicos” gusta de tomar la justicia en las manos, enojados asumen el papel de certeros vengadores, olvidan por completo que ellos están ahí para cumplir un trabajo, no para agregar una pena extra al reo, definitivamente no les corresponde, pero la fiscalización al respecto nunca ha sido buena y en definitiva el convicto es siempre convicto, sucio y pérfido que sólo debiera eliminarse según la porfiada opinión de esos verdes seres de gorra y bastón.
El presidio y sus habitantes son la conciencia encerrada tras las rejas, de toda una nación, de todo un mundo.
Esa tarde casi al filo de la hora se repliega al nauseabundo edificio de la calle Lira, para continuar la rutina de dormir allí a la espera de la mañana siempre lejana, hospedado detrás de corpulentos enrejados.
No le simpatizó al suboficial de guardia, a la hora que Dinezzo se reportó aquella noche, poniéndolo bajo sanción tan aprisa como le fue posible. Era un fin de semana, por lo tanto pasó dos noches en un calabozo estrecho, asqueroso y repugnante, a la espera del veredicto del dúo infernal. La mano inquisidora llegó el Lunes por la mañana muy temprano, dispuesta a obrar en justicia a perpetrar en castigos severos la mal entendida rehabilitación.
Sin derecho a la más mínima defensa, el capitán de la unidad y el suboficial mayor, condenan a 30 días en la prisión de Colina al hambriento, sediento y cansado Dinezzo.
Eran casi las cuatro de la tarde cuando hizo aparición el transporte que lo llevaría al infierno de más al norte, enorme ciudadela penitenciaria, con una plantación de incontables barrotes paranoicos.
Enérgicamente atadas las manos por grilletes unidas a sufridos tobillos, Dinezzo se resigna a emprender el viaje, que es interrumpido por una parada en la correccional, vecina a las instalaciones de la Fábrica y Maestranza del Ejército, FAMAE. En esa dirección ascienden al vehículo celular varios integrantes de una frustrada escapatoria, habían sido nuevamente aprehendidos y puestos bajo custodia temporal en el citado centro de rehabilitación y ahora se dirigirían a Colina, castigados. Estos fueron los compañeros de viaje de Dinezzo. Entre bromas, silencios, resentimientos y frustraciones hacen arribo al temido teatro fatídico. Una moderna infraestructura penitenciaria recibe al puñado de hombres bañados de miedo, algunos de ellos ya presentían que les esperaba, se habían escapado otras veces.
Fueron bajados a punta de bastón, cada uno escoltado por un par de guardias, después de constatar el listado pasaron directo hasta la sección correspondiente a los calabozos. Le entregaron una manta y una colchoneta y sin mediar explicaciones la portezuela se tapó después de entrar Dinezzo.
Nunca había compartido tan cercanamente con la oscuridad. Esta vez pudo tactarla, prenderse y tener misteriosas charlas con ella. Dinezzo, durante diez días repitió su nombre hasta el cansancio, arañó las paredes buscando un hilo de luz, escarbando con las uñas la endeble esperanza de encontrar algo más que la casi extinguida vida. Gritó hasta espantar de él los horrores, la falta de crepúsculos y alboradas. Mansamente fue perdiendo la razón en el cerebro, el encierro de murallas lisas durante diez días nada habló, sólo la inquilina ciega, la oscuridad tajante, dictaba normas idiotas con cupo escaso, la colchoneta y algo más, mobiliario rotundo, sin instalaciones sanitarias, para el preso castigado en el “metro”.
Una abertura a la altura de la frente que se abría por fuera y una a ras de suelo que dejaba entrar un plato roñoso con una cena incomible, pero necesaria, además de algunos sorbos de agua, eran la escasa comunicación con el exterior un tanto menos monstruoso, eran éstas dos pequeños esplendores, eran su marcado tiempo, el tic tac al furtivo encuentro con los parabienes del sueño.
Punzaban los ojos, ellos fueron los primeros en caer rendidos empezaba a gustarles las sombras,
 
Escribí en mi mente lo que hoy te cuento, me revela Dinezzo.
 
Redundantes días con resonantes fastidiadas entradas de hierro que se abren cada mañana, al alba, sacado en vilo con la frazada y la colchoneta a cuestas. Un poderoso chorro de agua se vacía integro en el espacio punible, para luego cerrarse estrepitosamente, como suturando el día, casi de inmediato, tiempo sólo para las básicas necesidades.
¡Estás preso bestia!,
Retumba el eco en la oscura celda y te abraza, dejándote inmóvil susurrando largas horas e interminables minutos hasta el amanecer, para continuar una y otra vez silbando en el oído, el reventado parloteo de los restantes castigados, repetido como rosario.
En todas partes se puede vivir y sobrevivir, siempre se presenta la oportunidad de poder coexistir junto a tantos que la única ley que entienden es la del más fuerte, cautivos o no, en donde muchos han perdido por completo la noción del mundo exterior y nada ni nadie les importa, incluso ni ellos mismos y amanecen colgados, o se queman a lo bonzo, o se matan a estocadas, muriendo retorcidos bajo la mirada atenta y expectante del gendarme, que sentado frente al aparato de circuito cerrado de televisión deja que se consuma el despedazamiento humano, no le importa, él también está deshecho, un pedazo de piedra le suple el corazón.
Un mes en el presidio de Colina. Un dictamen fácil de emitir por los mandamases del C.A.M.R..
Aceptar el fallo calladamente, ya era una humillación más allá de la condena y además tener que soportar la escalofriante equivocación de estar encerrado en la más hacinante de las condiciones de existencia, fue toda una tortura aplicada descuidadamente sin la más leve responsabilidad. No hubo un estudio serio al respecto, en ese momento ellos, GENCHI, Gendarmería de Chile, eran omnipotentes.
Al décimo primer día fue sacado del calabozo y puesto a disposición de la guardia interna, sin explicaciones, sin remordimientos, sin sentimiento, por parte de los brutales vigilantes.
Dinezzo, se enteró, después de que estuvo en ese horrendo suelo plagado de enloquecedoras cabinas de cemento, que fue debido a la ineficacia de los custodios, se suponía eran profesionales.
Dinezzo, se adhirió fieramente a los que aún debían soportar quince días más, fueran éstos culpables o no, sólo se quejaba del procedimiento.
Hacer las averiguaciones pertinentes y solidarizar con los que aún seguían rehenes, le costó un castigo y aunque fue discreto de igual forma los de gorra verde lo supieron.
Antes de empezar a dictar la condena por el atrevimiento, un garrotazo por las costillas le dejó absolutamente claro que debía guardar silencio,
 
-      ya no soy ciudadano, ni siquiera me pertenezco, ahora mis dueños son Gendarmería de Chile, soy su esclavo, no debo mirar a los ojos a mis amos, máximas rotundas impartidas por facinerosos tiranos al margen de la ley, al margen de todo cuanto se pueda considerar al menos ligeramente humano-.
 
A Dinezzo, se le eriza la piel cuando me relata esta porción de su vida, cuajada de injusticias, ahora comprendía el porqué de tantas preguntas hechas por él y por otros tantos, obteniendo como respuestas sólo bastonazos.
La cancha de fútbol espera al eventual jardinero con las miles de briznitas apuntadas al cielo, concediendo una sonrisa amplia y verde al simpático forastero. Quiso entablar un diálogo agradable con el recién aliado, pero los torpes dedos de éste, cortando los excesos de la contundente pastosa cabellera, le advierten que algo extraño pasaba, se siente regada por la impotencia de lágrimas desalojadas con rabia desde el albergue enlutado del depilador convicto y busca con afán la forma de aliviarle la insufrible tarea, a fin de cuentas opta por quedarse quieta y prestar la menor resistencia posible. Es uno de los que estuvo castigado, le hacen saber los tres palos y la malla, atentos a la miserable jugada.
Era noche y avanzada la hora, a la luz de una linterna Dinezzo logra concluir exhausto y lesionado, la caprichosa orden dada por los dioses de barro. 
A la mañana siguiente Dinezzo fue conducido a la enfermería, estaba físicamente resentido, ésta se situaba en un segundo piso, en ese sector están ubicadas también las oficinas de sicólogos, terapeutas y asistentes sociales, que siempre están cuando es el día de pago. Al final del pasillo un ventanal amplísimo, a la derecha toda la urbanización carcelaria, es como estar viendo una de esas villas de departamentos construidas por el estado. Una cancha de fútbol y su pista de carreras, éstas le conocían de cerca, un liceo, calles, torres, muchos guardias. Todo se veía relajado, aunque la calma total también es un problema, nadie descarta la posibilidad de algún acontecimiento canero.
Amigo de las moscas, los zancudos, de barrotes y conversaciones de zombis encarcelados. Siempre todos atentos al paso de la bota que esgrime en la parte superior un quepis verde y un trozo de madera negra colgado a la cintura, como péndulo, dispuesto y alerta para agitarlo ante una minúscula rebelión canera.
La población penitenciaria, hace los preparativos para efectuar una huelga de hambre seca, vale decir, sin comida, sin agua y como ejemplo de terror, a más tardar el lunes próximo habrá una contienda entre pandillas, allá en la población penal, estarían involucrados alrededor de unos ciento cincuenta internos. A más de alguno, por no decir un par de docenas, esa será la última aventura de la pendenciera vida, varios morirán antes de la hora de la cuenta. Motivos de la disputa, nadie sabe claramente, sólo saben que hay que combatir y defender la vida, por desdichada que ésta sea, a como dé lugar.
Amargura en el alma, con lo amargo del mate se confunde en una fusión inflexible, dejando escapar aturdidos quejidos, rociados de enojo.
La prisión duele, los barrotes se incrustan bajo la piel, las paredes de la celda aprietan al cerebro, asquea el ambiente.
Los muchos queman esperanza libertaria y entran a este lugar agonizando, desollando razonamientos de vida normal, aprendiendo con más énfasis en esta escuela delictual las técnicas apropiadas para continuar infringiendo la ley y con ello las buenas costumbres de ciudadano honesto. Reinciden una y otra vez, insisten en que ése es el camino correcto y esta vez sí saldrán ilesos, pero tarde o temprano volverán aquí, a vivir jactándose de sendos pergaminos perversos, de fechorías fatuas, que redundantemente contadas, van creciendo como bolas de nieve lanzadas por la cuesta, aterrizando en el plano, grande, grande, pero blanda, como blanda es la vida de aquellos que tienen como consigna morir delinquiendo.
Las bocinas vocearon su nombre con voz metálica, ¡Dinezzo Braccia, a la reja, tienes visita!.
Hacía mucho no veía a Hirma, su madre, se alegró hondamente al verla. Ella, después de un ultrajado allanamiento logró pasar una suculenta comida, la que Dinezzo devoró casi en el acto, no podía creer lo que su estómago engullía en la sala de visitas.
Es aterrador y sólo los que allí han estado, los que han vivido la miseria y malos tratos, por ser un reo, saben lo apocalíptico que es todo eso.
La vida entre hierros, durante el peregrinar por algunas cárceles del país, con todo el tremendo horror y los cientos de situaciones novelescas y porque no decirlo, en muchas ocasiones traspasan las barreras de la pluma más avezada del guionista de libretos carcelarios y sujeto a una constante tensión de la infructuosa mirada GENCHI, va causando mella en el agotado temple de Dinezzo Braccia.
 
Es difícil adaptarse a una vida socio tridimensional.
Con los guardias, el temor de ser castigado y atento a la coima que la falta de ésta te mete más preso. Con los pares, el cuidado de cometer un error y que te pueda costar la vida o quedar definitivamente apresado perpetuamente. Con los libres, la inseguridad a fallarles y que al hacerlo te refrieguen en el rostro tu condena, purgada o purgándose, dando a cada momento razón de ser de todos tus actos, de igual forma, siempre serás sospechoso de algo.
 
-      Alborozado me relata, -
-      “Estaba prácticamente en la pitilla, ya faltaba poco, esa mañana pasó el comanche, apodo dado por los reos al comandante del penal, al igual que todas las mañanas y todas las tardes. Nos cuenta y nos recuenta, nos mira a todos y a cada uno, escudriñante. Se dirigió a mí, me pregunta cuanto tiempo me queda, tipo de delito, primerizo o reincidente, respondo, me contesta que me iré muy pronto.
Lo cierto es que es muy posible que se me otorgue un indulto, una rebaja de pena o salga por fin la libertad condicional, por el momento sólo pretendo salir con vida de esta pesadilla y cumplir este castigo cumpliendo aunque tenga que llegar a dormir a la pocilga de la calle Lira”.
 
Estuvieron de paso, en el C.O.D., unos tipos provenientes de Victoria, unidad penal disciplinaria de GENCHI. Eran músicos, componían una banda llamada Opus Dei y serán, mientras dure la estadía, los encargados de amenizar las veladas festivaleras, que se llevan a cabo en este recinto.
A uno de estos músicos se le produjo un problema y Dinezzo se lo solucionó, eso le permitió usufructuar de la protección del auxiliado, además participar con ellos en los ensayos y enseñarles algunas cosas que había aprendido en la Patagonia Chilena.
También se constituyó en escribiente, a petición de ellos. Escritos legales y cartas dirigidas a las novias, mamás, esposas, hermanos, amigos etc., etc., de esa manera se ganó un pan nuestro de cada día un poco más comestible. Fue calzando, lo dejaban tranquilo, escribía y escribía durante gran parte del tiempo, amenizado aquello con monótonas caminatas en el pesado patio del penal.
 
Francisco :
Dinezzo ¿me permites unas preguntas?, tengo algunas dudas.
 
Dime Francisco, contesta Dinezzo.
 
Francisco:
En la página 118  tú haces mención 
de un lugar llamado “metro”, ¿qué  
es eso?
Dinezzo:
Es el nombre que en Coa (nombre que se da al dialecto utilizado en los bajos fondos sociales y las cárceles)se da a la celda de castigo, y que describo en esa página.
 

Francisco:

En la página 122 haces referencia a un “acontecimiento canero” y en la página siguiente hablas de “rebelión canera”, ¿a qué te refieres con las palabras canero y canera?

 
Dinezzo:
Al igual que la palabra “metro” tiene su significado en el dialecto coa, así también la palabra canero(a), que traducido al castellano es “cárcel”. En la página 125 encontrarás la palabra “pitilla”, que por cierto en el diccionario tiene su significado, pero en coa quiere decir que el fin del encierro está cerca.
 
Francisco:
Está bien Dinezzo todo me ha
Quedado claro, muchas gracias.
Dinezzo:
Y si alguna duda te asalta, en la próxima “Historia Falsa” la respondo.
Nos vemos amigo mío, hasta pronto.
 

En cierta manera, este buen amigo exprime las vivencias al punto de brillar desde dentro, sin curvas ni formas.

Mi sangre se convierte en polvo y se atasca cuando me adoso a las tinieblas y a la luz de su paso en un sabroso cokctail, bebido sorbo a sorbo.

 

Dinezzo Braccia, de matrimonio roto, de hijos ausentes, con Aranza, la poesía en la piel, el canto en las venas, con Dios en el alma, en el espíritu.

 

Dinezzo Braccia, navega por calles galácticas aferrado a veleros de gran calado. Me invita a seguir bogando en las páginas de la próxima bitácora, ésta es sólo sus raíces, a romper triángulos en aguas oscuras, a deslizarnos por la piel y los sentimientos de los escasos humanos que vuelan por dimensiones celestiales, a compartir una copa alquimista y juntos a dúo entonar una sentida “Trova a tu Regazo “ dueño del universo.

 

Dinezzo Braccia, de magullado andar en las sombras más sombras, vomitadas por pinos y nativos árboles, custodios éstos de las aguas y orillas.

 

Capaz la natura de entender la comezón del abridor de caminos que pisotea sus sendas. Retrato colgado en la pared de la historia.

Dinezzo Braccia, adulto, padre, esposo, comerciante, pastor, está a una pizca de empezar a poner en práctica un nuevo libreto y llevarlo prontamente a la acción en el tablado del diario vivir, hasta el fin de sus días.

Cuando la aurora de los porvenir, estacione los primeros rayos de luz sobre la acuosa tierra y el trino de las golondrinas anuncie los veranos, el ocaso de Dinezzo Braccia, servirá de escudo y fragata, para los que vendrán.

 

Aún no se baja el telón, éste es sólo un brake, la función no ha llegado al fin, en cualquier techo, río, puente, esquina, silla, garganta, trompo o trozo de papel, continúa “ Historia Falsa “, (Su Bitácora), de Dinezzo Braccia.

Francisco Santis

 
 
Obras del autor
 
Poemario     Trova a tu Regazo                              
Poemario     Gabriela Siempre                               
Poemario    Quinientas llamaradas para Víctor Jara
Poemario     Yo te nombro                 
Poemario     Fluidos del Alma   
Poemario     Antología “solamente Palabras” España         
 
Novela         Perroltuno
Revista        Taller       Arte y Recreación                        
Otras Publicaciones (Revistas Literarias):      
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